Las cifras de la construcción revelan un año de estrecheces. El sector decreció en 3,9%. Urge un revulsivo.
2019 fue un año complejo, más allá del garrotazo a la economía asestado por las paralizaciones y la destrucción de octubre, y el dato de la construcción es, en efecto, preocupante.
La mano de obra menos calificada es aquella que se emplea en el campo y en la construcción.
Los albañiles del país tiene sueños y expectativas de conseguir un trabajo. Un día, una semana, un mes; mejor si se trata de obras que tomen más tiempo y empleen más obreros.
La gran mano de obra se hizo cargo de ese espacio y estimuló la economía desde la base. La construcción privada, los edificios y los centros comerciales grandes también dan trabajo a miles de personas.
Los datos proporcionados por directivos de la construcción hablan de 486 000 plazas de trabajo.
La fórmula clave es el encadenamiento productivo. Mano de obra, materiales de construcción, cemento, hierro, ladrillos, productos de ferretería, acabados, tubería y productos para montar baños y cocinas. Pisos y puertas. Atrás de ellos, un gigante sector que se compenetra y complementa, una simbiosis, un ecosistema necesario.
Un 40% del Producto Interno Bruto -el dato más significativo- está atado a la construcción. Por ello es que para levantar al país y llegar a dar empleo a aquellos que más lo requieren, la construcción es el gran segmento al que hay que entender y atender con prioridad.
El decrecimiento del sector en 2019, la excesiva oferta y la poca demanda, deben revertirse. Es curioso que todavía no hayan bajado los precios de inmuebles terminados.
Además hay otras misiones clave. La noticia de un fideicomiso de USD 400 millones para créditos hipotecarios con tasas de interés preferenciales puede ser ese estímulo esperado. Empresas expertas que inviertan y ganen lo justo y acciones públicas y privadas asociadas pueden ser la llave de esa dinámica.
En vista del panorama de lo sucedido hay que decir: manos a la obra.