Bienvenido Ortega, de 56 años, construyó un troncomóvil para cumplirle una promesa a Eneli, su hija. Foto: Roberto Peñafiel/ EL COMERCIO
Entre el tráfico intenso que congrega a cientos de vehículos en Quito, un troncomóvil recorre las arterias de la ciudad desde el 18 de marzo del 2019. Es la creación de Don Bienvenido Ortega, un ebanista dominicano, de 56 años, que emprendió un viaje para llegar hasta Nueva York por un motivo simple y claro: cumplir la promesa que le hizo a su hija Eneli cuando cumplió 15 años. Él aún recuerda con lucidez el día en que inició su travesía que comenzó por el amor que lo une a su pequeña.
“Papi, ¿qué vamos hacer por mis 15 años?“, le preguntó Eneli a su padre, el 12 de junio del 2013. Ella viajaba con su madre a Nueva York y él, en cambio, se iba a Perú. Pero le dijo que iría a dónde ella quiera. “No, papi. Yo quiero que fabriques un carro de madera y cruces la frontera de Estados Unidos para verme“. Bienvenido pensó que era una broma. Pero, ante la insistencia de Eneli, él lo pensó y -tomando aire- le dijo: “Te lo prometo, hija. Cueste lo que me cueste“.
Cuando Don Bienvenido Ortega evoca la promesa que le entregó a su hija Eneli sonríe. Mira al horizonte y toca la insignia del ‘sticker’ que lleva en su pecho. Su proyecto de vida ahora se convirtió en cumplir el “sueño de una quinceañera por mis hijos”. Él selló un compromiso para recorrer cerca de 6 000 kilómetros desde Perú a la frontera de Estados Unidos. El motivo es simple y claro: abrazar a Eneli, de una de sus nueve hijos, y llevarla a pasear en su ‘troncomóvil’ -como él lo llama- por las calles de la Gran Manzana.
Don Bienvenido planea recorrer cerca de 6 000 kilómetros para reencontrase con su hija. En la parte superior, escribió los nombres de todos sus hijos. Foto: Roberto Peñafiel/ EL COMERCIO.
La travesía se inició el 6 de marzo del 2019. Tomó su pequeña maleta y salió de Lima a las 15:00. Pasó por Chimbote, Chiclayo, Piura, Tumbes, hasta llegar a Huaquillas. Continuó por Machala, transitó por Milagro y Santo Domingo hasta su parada actual, Quito.
La mañana del 4 abril, la lluvia era intensa en Pomasqui, donde Don Bienvenido fue alojado gracias a una Red de Motoayuda Internacional en Quito. Aunque el clima nubló el cielo y su camiseta rojo y blanca hacía que el frío penetre más, se detuvo para mostrar su creación: el troncomóvil, un auto que parece la creación viva de una fábula infantil.
Camina seguro y pronto, presenta el auto de madera que mide más de cuatro metros. Lo construyó con madera mohena y aunque no fue fácil, Bienvenido era un experto. Se planteó un reto personal y decidió moldearlo como un Volkswagen. La destreza, que se muestra en los detalles perfectos del auto, se afianza en su formación como ebanista. Para ensamblar su troncomóvil, tomó las piezas de un carro regular: motor, arranque, frenos, radio, todo.
Mientras habla, varias gotas descienden del techo del carro. Aunque lo cubrió con barniz marino para protegerlo de los climas implacables, no es una garantía.
El troncomóvil es angosto pero cómodo. El diseño que Don Bienvenido consolidó permite que los tripulantes ingresen por cuatro puertas. Ese, dice, es su sello personal. Se describe como creativo, un don que le dejó como herencia su padre
Entre el calor, la ‘mamajuana’, una bebida tradicional, la güira y la tamboca, Bienvenido se formó en una familia de sangre caribeña. y pronto su padre lo introdujo en el oficio ebanista.
Don Bienvenido nació el 5 de agosto de 1961 del viente de Mercedes Ortega en Restauración, un municipio de República Dominicana. Ríe y confiesa que su niñez fue ‘carpetosa’ (es decir, que era un pequeño activo y ‘molestoso’), activa y alegre en el epicentro de una familia humilde.
Recuerda que Porfirio solía encontrarlo en la cima de un árbol. “Muchacho, no invente, no invente, me decía mi papá. Mi madre, en cambio, le respondía: pero déjalo, cómo vas a decirle eso, después nos sale inventor”, relata.
La vida, dice, lo convirtió en un innovador. “Mi papá me formó como ebanista, pero también aprendí albañilería, plomería, mecánica, incluso a ser un vendedor de la calle. Él decía que sus hijos debían saber de todo para sobrevivir. Y así fue”, rememora.
Ya adulto, Bienvenido abrió su propio taller y nacieron sus primeros hijos. Con el paso de los años, él rompió lazos con su pareja. Recuerda que en esa época, su hermano lo visitó. Él llevaba viviendo más de 20 años en Perú y lo invitó a irse con él. “No quería ir porque estaba bien. Después, me separé de la madre de mis hijos y ella decidió llevarlos para Nueva York. Claro, yo di el permiso que correspondía. Mi hermano terminó convenciéndome para ir. Vendí todo lo que tenía para comenzar de nuevo”, cuenta.
Bienvenido Ortega destinó ocho meses para construir el troncomóvil. Foto: Roberto Peñafiel/ EL COMERCIO
Llegó a Perú el 10 de noviembre del 2010 y comenzó a trabajar como carpintero para un empresario que le presentó su hermano. Laboró durante más seis años y, en el 2017, decidió independizarse para construir al ‘troncomóvil’ que le prometió a su hija.
Cuando hizo su juramento, decidió que debía enfocar sus fuerzas para construirlo. Su jefe, recuerda, no quería perderlo como colaborador. Le propuso comprarle el carro pese que aún no había comenzado.
“Usted no lo puede comprar porque mi carro tiene un valor sentimental que usted no posee, le dije. En este primer carro me demoré dos años pero me quedé varado y lo doné al Club de Monterías sobre Ruedas, que se lo entregó al Centro Comercial Nuestro de Perú para que se exhiba”, cuenta el ebanista.
Al no poder llegar para el cumpleaños de Eneli, él se sintió triste. Pero decidió continuar. “No importa si mi niña cumple 15, 16, 17 o 18 años. Lo que vale es que le cumpliré“, dice con firmeza.
Entonces, comenzó la construcción del segundo, que se convertiría en el instrumento ideal para recorrer miles de kilómetros. Cuando baja del carro, Bienvenido muestra los nombres de sus hijos que están impregnados en la parte superior del troncomóvil: Crismeiry, Geraldine, Alex, Junior, Biandy, Ene, Eneli, Enerson, Cris Dagmar. Y está ansioso. Con su nueva pareja sentimental, está esperando la llegada de una pequeña niña en los próximos cuatro meses.
Su próximo paso será llegar a Ibarra y prepararse para salir del Ecuador. Se acomoda tranquilo en un sillón y junto a Rosita -miembro activo de la Red de Motoayuda Internacional en Ecuador- su hija Evelyn y Andrés Jumbo, un mecánico que lo ayuda a reparar a su auto, Don Bienvenido sabe que tiene tres meses para cumplir su aventura. Si no logra cruzar la frontera antes de junio, retrocederá y volverá para encontrarse con su esposa.
Cuando está cansado, el clima no lo favorece, pierde el camino y las calles lo desorientan, solo piensa en esa promesa del 12 de junio: “Aunque sea lo último que haga, voy a cumplir contigo, Eneli”.