Junto a los deseos de nochebuena de la víspera y los espacios de celebración familiar y religiosa, el 25 de Diciembre trae la oportunidad de reflexionar sobre nosotros mismos y nuestros semejantes.
El nacimiento de Jesús, en la vieja Judea ocupada por los romanos, marcó un parteaguas religioso y dio sentido a las creencias del cristianismo.
El mensaje que los creyentes rescatan es aquel del Dios de amor, que rompió con la figura del castigo, el temor y el paternalismo atávico.
Más de dos siglos después de ese hecho, y sumergidos en la vorágine de la celebración sibarita y el intercambio de regalos, el mundo no debe perder de vista algunos de los valores que emanan de la religión y se convierten en patrimonio humano profundo.
En un año difícil para la economía por la crisis heredada y la contracción, los sectores más pobres sufren por carencias y urgencias. Los contrastes saltan a la vista. El país se merece días mejores.
Pero hubo cosas más hirientes. El destape de los casos de abuso sexual en las escuelas a cargo de falsos maestros -lobos con piel de oveja- habla de una enfermedad honda en la sociedad, tanto más si se sabe que los niños sufren ese acoso, en varios casos no solo en la escuela y el colegio sino muchas veces en el hogar, el entorno familiar y el barrio.
En días como hoy queremos voltear la vista, esconder las duras realidades, pero es mejor mirar con firmeza para afrontar y luchar juntos contra esa lacra que debe sanar.