La madre es el ser humano que constituye el centro de la familia quien, junto con el padre, articulan un sistema de formación de personas de gran importancia en el cuerpo social. Una breve historia sobre el día de la madre. Y un clamor por las madres olvidadas.
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La historia del día de la madre es muy antigua. Comenzó en Grecia y en nuestros días se ha consolidado gracias a la lógica del mercado y la sociedad de consumo. Pero el sentido de la celebración se mantiene: recordar a las madres del mundo y sus aportes a la humanidad.
• Fecundidad
Según la historia el día de la madre nació en Grecia. Rhea, considerada la madre de los dioses Zeus, Poseidón y Hades, así como de Júpiter, Neptuno y Plutón, entre otros, era el centro de esta fiesta pagana, que reunía a personajes importantes para honrar la fecundidad. En Roma, en cambio, los homenajes se dirigieron a Hilaria, una mujer de extraordinaria belleza, quien recibía ofrendas de sus súbditos en el templo de Cibeles.
• La maternidad en América
En el mundo andino, la fecundidad fue reconocida como un valor universal, que transcendía a la muerte. Las figuras de las ‘Venus de Valdivia’, en el actual Ecuador, son representantes de una cultura cerámica de gran esplendor, que simbolizaba el papel de las mujeres en sociedades organizadas a través de la agricultura y el culto a la tierra.
La madre tierra o Pachamama tuvo un significado cultural de gran trascendencia, antes de la llegada de los españoles a América. En México los aztecas honraban la maternidad, de manera especial a la madre de Huitzilopochtli o el sol, llamada diosa Coyolxauhqui o Maztli, representada por la luna. Este culto fue una característica esencial de las culturas precolombinas antes de la conquista, donde se mezclaron de manera evidente la mitología indígena que relataba la creación del mundo. La maternidad tenía entonces gran importancia; era considerada una diosa, a quien le ofrecían sacrificios y hermosas esculturas de oro y plata.
• Inglaterra y USA
El origen del día de la madre, según los historiadores, se remonta al siglo XVII, cuando se estableció el denominado ‘Domingo de la Madre’, que reunía a los siervos y empleados de los palacios para compartir comida –generalmente pasteles- y otros objetos con sus madres en su único día libre, en bosques y praderas cercanas a los castillos.
Si bien esta costumbre se difundió en Europa, los colonos ingleses llevaron la tradición a tierras estadounidenses, y el ‘Domingo de las Madres’ se celebró por primera ocasión en el otoño de 1872, en Boston, gracias a la iniciativa de Julia Ward Howe, joven escritora, quien organizó un programa pacifista para recordar a las madres que fueron víctimas de la guerra por ceder sus hijos al ejército. Y estas fiestas bostonianas quedaron pronto en el olvido.
• Fiesta nacional
Más tarde, gracias al empuje de una mujer, Ana Jervis, que había perdido a su madre, en Grafto, Virginia, en 1907, el día de la madre cobró vigor inusitado, al iniciarse una campaña nacional para establecer un día especial dedicado a las madres estadounidenses. Jervis –dice la historia- envió centenares de cartas a políticos, líderes, personajes, religiosos, abogados, maestros y ciudadanos en general para consagrar un día para las madres, al conmemorarse el segundo domingo de mayo, un aniversario de su madre.
Las respuestas fueron magníficas, y en 1910 el día de las madres se extendió por todos los Estados Unidos. Y una vez que el Presidente Woodrow Wilson firmara la proclamación del Día de la Madre como fiesta nacional, se reguló el festejo que, hoy en día, tiene el carácter universal.
En Iberoamérica, la fiesta de las madres está vinculada a la celebración de María, madre de Jesús, conocida como Inmaculada Concepción. El santoral católico ha ubicado esta festividad el 8 de diciembre, fecha que algunos países como Panamá identificaron como el día de las madres. Sin embargo, en la mayoría de países –incluido el Ecuador- se mantiene el segundo domingo de mayo para esta singular festividad.
• Necesidad de reivindicación
Con este motivo es bueno repensar no solo en las madres de ‘carne y hueso’, es decir, en aquellas que parieron con dolor y se consagraron a cuidarnos desde aquel momento crucial de la existencia, sino en la maternidad como un hecho natural, pues forma parte inseparable de la humanidad y es la razón de ser del género humano.
La hipótesis es que la maternidad –pese a las loas y expresiones de bienestar en estas fechas- ha sido uno de los conceptos más manipulados y mal utilizados. En la práctica, la maternidad no ha sido debidamente reivindicada ni reconocida por la sociedad, aunque el discurso sea diferente. Es lamentable, por ejemplo, escuchar en casi todos los escenarios el vocablo ‘mujer-madre’ como parte de un lenguaje vulgar, donde los órganos genitales prevalecen o la condición prostituida de ciertas mujeres, que vieron la necesidad de vender su cuerpo a cambio de unas monedas.
La maternidad tiene una misión trascendental; por ello merece respeto, consideración y garantía, para que su vida y la vida de los que están por nacer, tengan la debida protección de la sociedad. Y no solo en el discurso; en las actitudes y comportamientos. Por esta razón es necesario desacralizar el término ‘mujer’, quitarle ese ofensivo carácter sinónimo de ‘pecado’, ‘tentación’ y otros calificativos que indilgaron a las mujeres desde tiempos inmemoriales, en nombre de preconceptos y atavismos que significaron formas de sumisión y escarnio.
La mujer en el buen sentido es sinónimo de madre, y la madre encarna en todas las culturas vida, gestación, fertilidad, fecundidad. La madre es el ser humano que tiene una elevada misión –junto a la del padre- y se orienta básicamente a formar personas. Y esta misión es connatural y esencial, independientemente de su condición social económica, política o cultural. No importa el estado civil para ser una madre; tampoco su posición laboral o su ejercicio profesional. ¡Una reivindicación de la mujer es urgente!
• Madres anónimas
Por eso nuestro recuerdo especial a las madres anónimas, aquellas que no han sido visibilizadas por la sociedad y por los medios de comunicación. Aquellas que tienen su propio espacio de realización en el afecto hacia sus hijos, aunque de ellos, en ocasiones, no exista una tarjeta, una flor o un mensaje electrónico. Aquellas madres olvidadas en los propios hogares, en las cárceles, en los asilos y en aquellos lugares donde los hijos e hijastros esperan que mueran pronto ‘para que ya no molesten’. Aquellas madres anónimas –entre ellas, las madres solteras, las madres abandonadas y pobres con hijos adinerados- que decidieron tener a sus hijos aún a sabiendas de ser reprimidas por una doble moral o doble estándar social. La sociedad debe mucho a las madres. Sería bueno que la sociedad se acerque a estas mujeres no con dádivas, sino, fundamentalmente, con cariño. Sí, con mucho cariño. Y protección.
• No es solo cuestión de genes
Mucho se ha hablado y escrito sobre las madres. Sobran los poemas, las tarjetas, los regalos y los numerosos objetos que ofrece el mercado para recordar a las personas que nos dieron la vida, y que por algunas razones han quedado en el ostracismo.
La madre –para Carl Gustav Jun psiquiatra, psicólogo y ensayista suizo, figura clave en la etapa inicial del psicoanálisis- es el mayor referente que tiene la humanidad, porque es el ser que encierra lo más significativo, lo más sensitivo y lo más grandioso que tiene el ser humano. Su marca es demasiado fuerte porque la madre impregna no solo la impronta biológica –nueve meses nos tuvo en su cuerpo-, sino psicológica, social y cultural. Y no es cuestión exclusivamente de genes –que sí nos transmiten- sino de aquella indescifrable dependencia afectiva –a veces exagerada, según los especialistas- que tenemos hacia la madre mediante un sentimiento diferente, excepcional, mezcla de agradecimiento, de gratitud o de ambas, que confluyen en una palabra maravillosa: amor.
• Memoria del corazón
Se ha dicho –y vale la pena repetirlo- que la madre es el núcleo de la familia. Y cuando vive la madre en ocasiones no nos damos cuenta del tesoro que tenemos cerca, y cuando la perdemos, los recuerdos dan sentido a la pérdida aunque es irreparable.
Es bueno amar a las madres como son -ni más ni menos- porque el hecho de ser madres las han convertido en verdaderas heroínas de la vida, en continuadoras del don natural de la trascendencia, y en colaboradoras de Dios. Sería interesante que los hijos se acuerden de sus madres –vivas o muertas-; que recuperen la memoria del corazón, y busquen no objetos para obsequiarlas sino mejorar las actitudes con ellas para halagar –no un día sino todos los días del año- a las madres biológicas y a las que no lo son, para que se sientan sanas mental y físicamente, con esperanza y dueñas de su propio futuro, autónomas en lo económico, y capaces para seguir sus proyectos de vida.