Parece una ironía del destino. Michel Temer, el hombre señalado por la Presidenta de querer destituirla, asume el poder temporalmente, por el viaje presidencial.
La presidenta Dilma Rousseff se encuentra en medio de un tenso compás de espera y su juicio político (‘impeachment’) parece inminente.
El domingo, la Cámara de Diputados votó, en una fogosa sesión y de modo abrumadoramente mayoritario, por dar paso al proceso de destitución.
El caso debe ser elevado a conocimiento y votación del Senado, foro en el cual se espera que se repita la lógica política de la conformación de la Cámara Baja y la vía libre para el proceso. Si eso ocurre y de modo temporal, mientras se sustancia la acusación, por 180 días, Temer se hará cargo de la Presidencia. Al cabo de ese tiempo, y si se encuentra pruebas, se dará curso a la destitución. En caso contrario, Rousseff volverá a asumir sus plenas facultades.
El desgaste de su régimen -que cae en popularidad- no se superará ni traspasando la barrera del ‘impeachment’.
Rousseff siente la secuela de la corrupción que se arrastra desde el Gobierno de su coideario y carismático líder del Partido de los Trabajadores, Lula da Silva, y del episodio de los pagos a los partidos políticos que involucra a Petrobras -cuando ella representaba al presidente Lula en el directorio- y a gigantes constructoras.
Dilma y Lula se defienden, acusan al golpismo. La corrupción traza un camino que parece ya sin retorno.