Un ensayo incompleto sobre el Ecuador, que merece ser conocido y comprendido desde nuevas lecturas, y no desde las oficiales o académicas, supuestamente objetivas. Un espacio para el pensamiento lateral, que supone ser diferente, divergente y a veces irreverente.
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El título de este artículo podría ser pretensioso. Pero tiene algo de verdad porque si se intenta calificar o definir en pocas palabras nuestro querido país es la fiesta. Fiesta por todos los lados porque está signada por una nutrida agenda de celebraciones cívicas, religiosas, folclóricas, sociales y fundacionales que, prácticamente, llevaría a las personas a vivir ‘enfiestadas’ todo el año, sin respiro, y con poco tiempo para el trabajo.
• El festejo es un juego
Esta visión del calendario nacional es apenas el marco situacional, porque la vida esencial del ecuatoriano común no es otra que el festejo, que se completa con actos como las efemérides locales, cantonales y provinciales; las fiestas religiosas con patronos y santos, las caminatas anuales –para agradecer los favores recibidos- que convocan a muchedumbres; y también las convocatorias políticas –hoy llamadas movilizaciones- que son verdaderas fiestas donde los ajos y carajos a favor o contra del gobierno buscan tumbar presidentes o medir fuerzas para cambiar el rumbo de los acontecimientos.
Para Johan Huizinga, filósofo e historiador holandés, estas acciones tienen categorías lúdicas, que caracterizan a los seres humanos y a toda la cultura. Así dice en su conocida obra ‘El homo ludens’ o el hombre que juega.
• Otras miradas
Vienen a mi mente, en este contexto, miradas sobre el país que amamos –el Ecuador-: sus fortalezas y también sus atavismos. En las siguientes líneas una ojeada fugaz sobre el Ecuador que no se ve pero que se ‘siente’. El libro sobre análisis de mensajes del académico argentino Daniel Prieto Castillo es un referente.
• La fiesta del lenguaje. Esta fiesta todavía no ha sido estudiada a cabalidad. Me refiero a los rezagos del colonialismo que todavía subsisten en el habla y escritura. Basta revisar vocablos como ‘el mande’, ‘a las órdenes’ y ‘a su merced’ que repiten actitudes de sumisión. Y también palabras no habladas o no escritas como el silencio, el incumplimiento de la palabra y falsos paternalismos que incuban resentimientos ancestrales.
• La fiesta de la política. Aquí hay frondosos temas e interesantes elementos para el disfrute colectivo. Es que la política –según los expertos, Aristóteles incluido- es una ciencia y un arte, pero también un juego, un escenario ideal para el juego, donde el poder es el epicentro, y los jugadores, la cancha y los árbitros están identificados. La mentira y la verdad forman parte de esa parafernalia. Habría que preguntarse sobre el verdadero juego –porque también hay falsos juegos- y el papel de un jugador protagónico –casi siempre mal informado y manipulado-: el pueblo.
• La fiesta del deporte. Podría decirse que todo deporte es una fiesta, desde la agonística –juego de lucha y victoria- hasta la recreación, no competitiva y desinteresada. Los logros del Ecuador en el fútbol y el atletismo –para citar dos deportes- han sido magníficos, pero también están en el imaginario colectivo otros ‘juegos’ como los denunciados por el FBI contra la FIFA, y el uso de drogas en los deportes de alto rendimiento. La cara positiva es el número de personas que realiza ejercicios aume, y eso es bueno para la salud. La salud, en este sentido, es una fiesta singular, que solamente se la reconoce cuando nos enfermamos.
• La fiesta religiosa. Hay estudios sobre esta materia, aunque limitados ante la profundidad e impacto de las creencias en la gente. El papa Francisco puso en su lugar a los curas: ‘Hay que evangelizar con alegría’, dijo, y ‘debemos salir de las sacristías, hacer lío e ir al encuentro de la gente, especialmente de la que sufre’. Y también: ‘Lo social y lo ecológico nos conciernen’. En suma, la religión necesita otra dimensión y compromiso, otro ‘ethos’. Para que no quede en el cumplimiento: cumplo y miento.
• La fiesta de la cultura. Eugenio Espejo, periodista, médico y precursor; Juan de Velasco, jesuita e historiador; Federico González Suárez, arzobispo, arqueólogo e historiador; Pablo de Carvalho-Neto, brasileño, investigador, seguido por el P. José María Vargas, Jorge Salvador Lara y otros, contribuyeron a descubrir las bases de la cultura quiteña, el arte religioso y los vericuetos de nuestra historia.
En este contexto, las fiestas de Quito, por influencias modernistas y políticas, se han convertido en simples espectáculos, donde el número de eventos cuentan –más de 200-, y en el que desfilan cantantes, toreros y vedettes, y también, claro, reinas de períodos monárquicos superados, sobre carros alegóricos y ‘chivas’ a la usanza costeña y con bandas de trompudos, que alegran los espíritus al grito de ¡Viva Quito!, que se repite cada diciembre hasta el cansancio, y donde se saborea platillos y tragos al paso. Es decir, la cultura convertida en ‘show’, que afecta las gargantas y deja toneladas de basura.
• La fiesta de la pedagogía. A algunos le parecerá raro, pero no lo es. Enseñar y aprender son –deben ser- verdaderas fiestas; partes esenciales de la misión de formar. Y ese es el papel de la auténtica educación. Porque los logros académicos van más allá de las calificaciones; más allá de las cifras, las estadísticas y las inversiones. La calidad con equidad es un propósito permanente, aunque también se ha detectado en investigaciones sobre la existencia de una ‘pedagogía negra’: aquella que no enseña sino reprime; que mata y no libera; que obliga a leer y no forma hábitos de lectura. El auténtico acto de aprender es una fiesta. Así de simple.
• La fiesta de la tecnología. Con las tecnologías de información y comunicación estamos viviendo el futuro. Los impactos de las cuatro pantallas –la televisión, la computadora, el videojuego y el celular- son evidentes. Como toda obra humana, la fiesta de la tecnología tiene dos caras: la buena, que nos permite aprender y comunicarnos con el mundo; y la mala, la de las amenazas, el robo de información y las adicciones.
• La fiesta de la economía. Hubiera querido no tocarla, pero es imprescindible. Los juegos de la economía –el Vaticano incluido- conciben el mundo como un mercado. Las transnacionales tienen ahora más poder que los Estados pequeños y medianos. Y el uso y abuso de las ‘medidas’ afectan a todos, especialmente a los más pobres. El nuevo orden mundial exige una economía de rostro humano, y que la fiesta de la arrogancia, la codicia, la acumulación y el despilfarro den paso hacia un escenario donde la defensa de la vida y el ambiente sean el nuevo paradigma. La cumbre de París –COP21- es una esperanza para promover una economía ambiental. ¿Una utopía?
• La fiesta de las fiestas. Estas breves visiones de la realidad no terminan sin una referencia a la fiesta de las fiestas, que varían según las personas. Para unas es el encuentro sexual con el ser amado o una graduación conseguida luego de mucho esfuerzo; para otras es el circo, el invento lúdico más grande jamás construido; la visita a un lugar especial -¿una de las maravillas del Ecuador o del mundo?-, o la consecución de una meta: la salud, el trabajo, el dinero. Y los hijos, ‘lo mejor que nos donado la vida’.
Leer un buen libro se considera una fiesta; bailar con la persona elegida, en el lugar y momento propicios, y probablemente comer el potaje más apetecido. Y para quienes nunca han tenido fiesta, probablemente les aguarda ‘algo’ en la otra vida.
Se podría escribir mucho sobre el Ecuador profundo. Les recomiendo varios libros: ‘Ecuador: identidad o esquizofrenia, de Miguel Donoso Pareja; ‘Ecuador, señas particulares’, de Jorge Enrique Adoum; ‘Ecuador: drama y paradoja’, de Alfredo Pareja Diezcanseco; ‘Las costumbres de los ecuatorianos’, de Oswaldo Hurtado Larrea; ‘La selva y otros demonios’, de Juan Valdano Morejón; ‘El pensamiento pedagógico ecuatoriano’, de Carlos Paladines… ¡Porque el ‘otro’ Ecuador existe!