El arquitecto Nicanor Fabara escribió el 23 de septiembre una carta a EL COMERCIO titulada ‘Una ciudad escondida’, en la cual narra una anécdota con un colega extranjero que, en una de sus visitas a Quito, le preguntó: “¿Por qué ustedes se empeñan en esconder su bella ciudad?”.
La carta llama la atención porque está escrita por un quiteño respetuoso de su ciudad y de las autoridades que la han administrado desde su profundo amor por la capital de los ecuatorianos que, además, tiene el honor de que fue declarada por la Unesco como la primera ciudad patrimonial del mundo, junto con Cracovia (Polonia).
El argumento es muy sencillo, pero al parecer no todos lo tomamos muy en cuenta. Al igual que esa vieja frase que dice que “los árboles no dejan ver el bosque” los centenares o miles de rótulos colgados en calles y avenidas no permiten apreciar la belleza arquitectónica de Quito o sus colores. Todo lo contrario, los letreros la esconden, generan ruido visual, dan la impresión de caos, improvisación, etc. Incluso, hace algunos años, un fotógrafo se tomó el trabajo de registrar una gran cantidad de letreros con errores de ortografía. Algunos publicistas creen que las letras capitulares no deben resaltarse con tilde, cuando corresponde.
El arquitecto en su carta cita apenas dos avenidas de Quito: la Diez de Agosto y la Occidental (Mariscal Sucre). Sumemos a esas la avenida Colón, la América, el sector de Carcelén, La Marín y casi todas las calles del Centro Histórico, llenas de bazares, víveres, tienditas de todo tamaño, pero con enormes letreros e incluso con luces de neón que son el principal signo del mal gusto. Las ordenanzas municipales incluyen el uso de letreros; sin embargo, da la impresión de que requieren ser actualizadas.
La expresión ruido visual no es la más apropiada, pero existe contaminación visual con la cual se denomina a todo aquello que afecte o perturbe la vista de algún sitio o que rompa la estética de un paisaje. La rotulación excesiva es la causa principal para que la contaminación forme parte de un paisaje que Quito no se merece, por su condición de Patrimonio de la Humanidad y porque la visitan miles de turistas.
Si a esa contaminación visual sumamos los cables que, como si fueran tallarines, “adornan” la mayoría de las calles, estamos también atentando contra la estética de la ciudad.
El arquitecto Fabara admite que es muy fácil criticar y no ofrecer soluciones, por eso propone que se pongan “en remojo” las ordenanzas sobre rotulación para que cambie el aspecto y se recupere la hermosura de Quito.
La sobriedad, la discreción y el buen gusto son fundamentales para que todos podamos apreciar y disfrutar de la belleza arquitectónica de Quito o, como clama el arquitecto, que la ciudad no fenezca escondida entre latas y trapos de toda naturaleza.
@flarenasec