No aparecen por ningún lado las señales de confianza que necesita el país para recuperar el dinamismo de su economía.
Hemos entrado en una etapa de recesión que ha incrementado de forma notable la extraña sensación de intranquilidad social que amenazaba desde hace rato con un celaje de tintes grises, convertidos hoy en espesos y negros nubarrones a punto de descargar su furia.
En la antigüedad los gobernantes justificaban las malas épocas echando la culpa de todo a los protervos designios de los dioses.
En nuestra actualidad regional los responsables de las desgracias locales han pasado a ser lejanos imperios y sus confabulaciones cósmicas urdidas arteramente en contra de los Estados que se alinearon en la novelería insustancial del socialismo del siglo XXI, que no es sino un engendro del caduco y fracasado marxismo con una nueva fisonomía moldeada a base de implantes de silicona cancerígena y toneladas de un tóxico botox.
Echar la culpa del actual estancamiento al precio del petróleo o a la crisis mundial es falaz e irresponsable, una muestra adicional de la crónica inmadurez que aqueja a la política ecuatoriana. La recesión actual no es consecuencia de una crisis mundial ni de los fluctuantes precios del petróleo (que precisamente por su fluctuación se vuelven previsibles y se los debe administrar con prudencia), sino que es el resultado directo del anuncio de envío a la Asamblea de los dos proyectos (herencia y plusvalía), sumados estos al paquete de enmiendas constitucionales para aprobar la reelección indefinida de autoridades, que se pretende pasar sin la decisión directa del pueblo por medio del voto.
Es público y notorio que, a pesar de la caída de los precios del petróleo, la economía ecuatoriana mostraba síntomas de avance (aunque lento, pero avance al fin) a través, por ejemplo, del mercado inmobiliario y de la colocación de créditos de consumo y producción por medio de la banca. Sin embargo, apenas se anunció el envío de los referidos proyectos, se produjo una contracción casi total de estas actividades económicas. El retiro momentáneo de los proyectos a pretexto de la “socialización y diálogo”, solo entibió un rato el ambiente caldeado, pero no hemos logrado volver a la situación anterior.
Hoy la banca ha restringido los créditos, se han reducido los depósitos y se encuentra en un estado de tensa espera; y, por su parte, en el mercado inmobiliario todos los nuevos negocios y aquellos que se encontraban en etapas iniciales están absolutamente paralizados, mientras que los proyectos terminados o por terminar, ven con preocupación como sus ventas se vinieron abajo.
Ante este escenario, lo lógico y sensato era enviar señales de confianza para que el motor de la economía local se ponga en funcionamiento otra vez. ¿Dónde están esas señales? ¿El Gobierno será capaz de aceptar los errores y enmendar como una muestra inequívoca de madurez y liderazgo? o ¿acaso el daño está hecho y ya no hay vuelta atrás?