José Ortega y Gasset, en un viejo y fundamental libro, hizo la distinción indispensable entre “ideas” y “creencias”, entre los elementos intelectuales de la cultura y los afectos y emotividades, a veces irracionales y primarios, en que vive anclada la sociedad. En este, y en muchos otros temas, las ideas de Ortega mantienen vigencia y plenitud. La democracia, el Estado, el Derecho, la obediencia y la rebelión tienen que ver con esos, al parecer, abstractos conceptos.
1.- La sociedad, una estructura de creencias. Las sociedades son una estructura de creencias. Y las creencias son convicciones con ribetes emotivos, irreflexivas en cuanto no provienen del análisis intelectual, sino de la tradición y la cultura. Tienen que ver con las “virtudes” y los prejuicios. Están ligadas a los hábitos, explican muchas costumbres y son el hilo conductor de los valores, o de los antivalores.
Descubrir la infraestructura de las creencias de una sociedad, significaría poner en claro su “anatomía” y encontrar las razones de sus dinámicas, de sus comportamientos, a veces inexplicables, y del hecho de que en todas partes existan “paisanos” y extranjeros, y de por qué serranos y costeños son distintos, o cuáles son las explicaciones de los modos de ser de las minorías, y cuáles las de las generaciones y de las clases sociales. En el fondo, todo ello es cuestión de creencias dominantes.
Las creencias no se reducen a lo religioso, como podría creerse. La religión es asunto de creencias que aluden a lo sobrenatural, pero el tema no se agota allí. La familia está anclada en creencias; más aún, sus virtudes constituyen fuertes creencias dominantes en el país. La propiedad también lo es y está ligada a la función y a la “sacralidad” de la familia, de allí la sensibilidad frente a los temas de la herencia, que, a su vez, proviene de la convicción de que “los padres trabajan para dejar patrimonio a los hijos”.
2.- Las ideas no son creencias.Ortega dijo que las personas están “instaladas” en las creencias y que, inconscientemente, cuentan con su vigencia social y actúan sobre tal supuesto. No hay reflexión cotidiana sobre ellas, porque no se piensan, se viven. El individuo supone que están allí como el aire, las comparte y asume que las aceptan los demás. Se vive sobre ellas, y solo se reflexiona cuando han cambiado, cuando fallan, o si se las cuestiona. Entonces, o se lamenta su ausencia o se las defiende con vigor.
Las ideas, en cambio, son producto de la elaboración intelectual, son juicios racionales que la gente puede o no compartir o entender. Las ideas “se piensan”, pero su origen no está en los fondos de la sociedad, ni en los hábitos ni en las costumbres ni en las instituciones estructuradas en torno a la tradición.
Usualmente, las ideas nacen de las élites y se trasmiten después al pueblo, aunque, a causa de la difusión, la educación, la repetición y la propaganda, pueden transformarse convicciones extendidas, que adopten las formas y los efectos de una creencia. Este es el caso de la democracia moderna, que nació como tesis de los liberales ilustrados del siglo XVIII, en Francia y Estados Unidos, y que ahora es una difusa convicción extendida en buena parte del mundo, aunque llena de equívocos y distorsiones.
3.- Las creencias y los valores. Las creencias en que la gente vive instalada -por ejemplo, la existencia de Dios, la propiedad privada, el derecho a la intimidad o la libertad- son valores que la sociedad aprecia, defiende, los siente como suyos y los entiende como su patrimonio moral. Cuando la comunidad es estructurada, no admite fácilmente propuestas de cambio, y no acepta cuestionamientos que las menoscaben. Por allí va el eterno problema de la cultura versus la política, la legitimidad de las leyes y los derechos de los revolucionarios. ¿Tienen ellos derecho moral a contradecir los valores de sociales? ¿Hasta dónde llega la intangibilidad de las creencias? ¿Prevalecen las “culturas” sobre las ideas?
4.- Creencias y valores, Derecho y política.El tema conduce a la reflexión sobre el papel del Derecho, que puede ser muy conservador, y entonces, congela a la sociedad en sus creencias; revolucionario, entonces, trastoca todo y cambia las creencias y los valores por las ideas arbitrarias de una minoría que cree poseer la verdad y la justicia, y que se imponen a la sociedad por la fuerza, la manipulación o la propaganda.
El “Derecho justo” debería considerar: (i) su capacidad de expresión racional de los valores sociales; (ii) la modulación de las creencias; y, (iii) la introducción de cambios necesarios y razonables sobre ellas. En la tarea de construir esa legalidad, la democracia puede ser el mejor sistema político, siempre que los elegidos entienden su papel, asuman los límites de sus funciones, acepten el encargo como designación transitoria, y si ejercen el poder con una noción de cómo funciona la sociedad, más allá de los dogmas.
5.- “Valores” que no son valores. La repetición de la palabra “valores” se ha vuelto frecuente, y sus efectos son negativos. La ignorancia sobre el tema de las “creencias sociales” es asunto común. Se asume, por ejemplo que en el Ecuador, la democracia, la tolerancia, el imperio de la ley, son valores/creencias, sobre los cuales la sociedad se asentaría. La verdad no es esa. La gente cree aún en la mano fuerte y en la dependencia del jefe; y no cree necesariamente en la ley. Prefiere, en ocasiones, un sistema de obediencias y órdenes, a uno de libertades y riesgos. Pero hay creencias y valores que, si se los toca, reviven con fuerza, como la religiosidad, el sentido de propiedad privada, la familia, etc.
De algún modo, estamos mirando ese fenómeno de resurrección ante el asombro de algunos.