El ataque terrorista a la sede en París del semanario francés Charlie Hebdo, que ayer se cobró 12 vidas, volvió a alimentar los temores acerca de una ola de violencia con motivaciones religiosas, que crece y se radicaliza. También ha merecido el repudio mundial porque, en suma, constituye un atentado más en contra de la libertad de prensa.
El medio de tinte satírico, que había publicado una serie de viñetas referidas al Corán, el libro sagrado de los musulmanes, fue el blanco de un acto de barbarie que no tiene justificación.
A juzgar por las amenazas previas a los episodios de violencia de ayer, las caricaturas activaron la ira de las facciones más radicales de los islamistas. Una ira que ayer también dejó 11 personas heridas, cuatro de ellas de gravedad.
Las primeras versiones de las autoridades de Francia señalan que tres presuntos yihadistas, de 34, 32 y 18 años y que ya han sido identificados, son los autores del peor atentado en cuatro décadas en el país gobernado por el presidente François Hollande.
Las revelaciones del Ejecutivo de París, que ha decretado el duelo nacional por las víctimas, igualmente, impactan por otra razón: dos de los atacantes son de nacionalidad francesa. Una noticia así confirmaría una amenaza que se cierne sobre países de Occidente: la presencia en sus territorios de células de yihadistas locales, que ya han participado en operaciones militares en Iraq, Siria, etc.
Para enfrentar a la barbarie hacen falta acciones más prudentes pero efectivas.