El país se sacudió en días recientes con dos sangrientos accidentes de tránsito y su reguero de muertos y heridos.
Lo triste, más allá de las trágicas historias personales que acompañan este tipo de noticias y la impotencia de los deudos de las víctimas, es la repetición.
Si por un lado encontramos impericia, imprudencia o embriaguez como las causas atribuidas a fallas ‘humanas’ de varios accidentes, en muchos casos las fallas mecánicas son recurrentes.
Para solamente citar el último siniestro de un bus con pasajeros en la ruta Manta-Quito, el vehículo había sido observado por las autoridades de control.
Estas autoridades, en lugar de retirar de circulación el autobús, le hicieron reconvenciones para realizar ajustes mecánicos y dejaron que siguiera operando con normalidad. Como consecuencia, decenas de personas se subieron al autobús, muchas de ellas perdieron la vida en la tragedia y otras deberán afrontar largos procesos de recuperación.
En alguno de los feriados, la televisión mostró, hace un tiempo, a un agente revisando y constatando llantas lisas, pero justificando que, como había demanda, autorizaría de todas formas la salida.
Las autoridades y la justicia deben actuar y juzgar si es o no una negligencia dejar que circulen autos con averías severas o con llantas en mal estado, y si la vida de las personas encomendadas a esos conductores o empresas es su responsabilidad. Debemos cambiar la cultura y actuar ya, y drásticamente, para bajar las cifras de muertos inocentes.