Fernando Larenas
@flarenasec
Se dice que los grandes caricaturistas no esperan el aplauso de nadie, dibujan para molestar, para incomodar al poder, incluso para que los insulten, para que los amenacen y los excomulguen. Lo sutil de los trazos y la tinta china son sus pocas armas (de ataque o de defensa), pero también sus habilidades para observar los rasgos físicos, las orejas largas, la barriga exuberante, la nariz desproporcionada, etc.
La segunda acepción del DRAE es la más precisa para definir reputación: “Prestigio o estima en que son tenidos alguien o algo”. Es un valor intangible que, generalmente, se lo saca a relucir o a reclamar cuando se lo pierde; mientras tanto, todos podemos vivir o sobrevivir con la escasa, mediana o demasiada reputación alcanzada, que no se hereda, se gana o se pierde con el transcurrir de los años.
También hay reputaciones de las malas y de las bien malas; esa alcanza a los personajes que son muy públicos, a las instituciones, estatales o privadas, que se han destacado por ofrecer un buen servicio a los clientes. Bancos, banqueros, vendedores de carros, colegios, periódicos, etc. están en la mira del público, que finalmente otorga la calificación negativa o positiva.
Estas reflexiones surgen de la lectura de la novela ‘Las reputaciones’, del colombiano Juan Gabriel Vásquez que, a decir del Nobel de Literatura Mario Vargas Llosa, es “una de las voces más originales de la nueva literatura latinoamericana”. El libro aborda el drama de Javier Mallarino, el caricaturista más influyente de Colombia, capaz con sus dibujos de pulverizar una ley polémica o la destitución de un alcalde corrupto, de un ministro…
En la novela de Vásquez, un dibujo del caricaturista no solo apresura la decisión de renunciar de un legislador, el agraviado decide saltar del quinto piso de un edificio para quitarse la vida. El político, de apellido Cuéllar, acude personalmente a la casa de Mallarino para humillarse, para suplicarle por una tregua que evite el aumento de su desprestigio. ¿Qué ocurrió? Cuéllar, al comentar el asesinato de una enfermera a golpes de azadón, había declarado a la prensa: “Cuando a una mujer le pegan, generalmente es por algo”.
El caricaturista, sin escatimarle nada a su crecido ego, no solo que no aceptó el requerimiento de ignorar al legislador, sino que arremetió con un dibujo mucho más cruel que evidenciaba, al mismo tiempo, una supuesta actitud morbosa y acosadora del político de marras. La polémica caricatura fue intuitiva, sobre un hecho que no fue verificado, es decir, un ataque gratuito al político. Años después del comprometedor episodio y de las sospechas contra Cuéllar, apareció la supuesta víctima del acoso y, al mismo tiempo, las dudas éticas del caricaturista que se despejan a medias: El autor del libro prefiere que juzgue la conciencia de cada uno de los lectores.