Agosto de 1984. Esa fue la fecha en que Ecuador reportó el primer caso de VIH o virus de inmunodeficiencia humana. El pronóstico, en ese tiempo, no era favorable. Las pruebas confirmatorias llegaron un año más tarde y no había tratamiento, salvo para controlar la fiebre.
Por eso, los primeros pacientes atendidos en el Hospital de Infectología, en Guayaquil, fallecieron al poco tiempo de su ingreso. Eran hombres que llegaban de Europa y Estados Unidos solo para despedirse de sus familias.
38 años después, el panorama ha cambiado, parcialmente. Hay antirretrovirales, pero la intermitencia en su entrega suele ser más recurrente en unidades del IESS. Los usuarios también piden acompañamiento y mejorar la consejería.
Según datos del Ministerio de Salud Pública (MSP), en 2021 hubo 34 538 personas en tratamiento contra el VIH; en 2016 eran 18 275. La mayor incidencia está entre la población de 15 a 49 años, principalmente hombres.
El Ecuador fijó un plan estratégico de respuesta que empezó en 2018 y finaliza en 2022. Sus metas iban desde ampliar la atención integral hasta afianzar la lucha contra el estigma.
En el mundo, ONUSida propone una acción acelerada para poner fin a la epidemia de VIH en 2030. Es el plan 95-95-95, el porcentaje que se espera alcanzar en pruebas de diagnóstico, entrega de tratamientos antirretrovirales y lograr una baja carga viral para frenar la transmisión. El organismo, además, plantea mantener por debajo de 200 000 las nuevas infecciones y reducir a cero la discriminación.
‘Siempre hemos luchado contra la discriminación’
Glenda diagnosticada con VIH hace 17 años
Para muchos, el diagnóstico significaba muerte. Decían que querían lanzarse debajo de un carro o de un edificio al saber que tenían VIH, pero tuve la oportunidad de escuchar y ayudar a muchas personas con mi condición de salud.
Dos años después de recibir mi diagnóstico comencé a dar consejería en hospitales públicos; eso fue hace 15 años y trabajé por mucho tiempo en la Maternidad Santa Marianita. No era fácil, porque no solo se abordaba a la persona y lo que sentía en ese momento, sino también todos los conflictos en el hogar. La discriminación de la familia es lo más doloroso.
Siempre hemos luchado contra la discriminación. Hace 10 años, los hospitales manejaban carpetas con las historias clínicas y las nuestras estaban marcadas con una cruz roja. Era una especie de código entre médicos y enfermeras, un código estigmatizante. Eso cambió cuando todos los datos fueron trasladados a los sistemas informáticos, pero en ocasiones todavía se viola la confidencialidad en el momento de la consulta.
La lucha no se detiene. Recientemente conocimos el caso de un compañero que lleva casi dos años pidiendo un trasplante renal y no es el único. Hemos tenido problemas con cirujanos que no quieren operar a personas con VIH y les hemos explicado que solo deben usar bien sus implementos de bioseguridad. No pueden negarnos el derecho a la salud.
Además, hace falta educación; difundir con claridad entre los usuarios cómo deben llevar los esquemas de tratamiento. En una ocasión, una psicóloga le dijo a un compañero que podía tomar sus antirretrovirales en la mañana, pero quienes vivimos esta condición sabemos que algunos causan sueño y es recomendable tomarlos por las noches. Algunos pacientes ni siquiera saben los nombres de sus medicinas y solo las identifican por el color; hay que capacitar al usuario.
Las interrupciones por el desabastecimiento son un problema marcado en las unidades del IESS. Hace tres años tuve que presentar una demanda ante la justicia para recibir mis fármacos, porque es medicina de alto costo. Hay frascos que pueden costar USD 60, otros pasan de USD 1 000 y hay afiliados que hacen sacrificios para comprarlos, porque el Seguro no se los da.
Otros médicos cambian el esquema, de manera repentina, solo para cubrir el déficit. Lo hacen sin realizar ningún tipo de análisis de carga viral que determine si será favorable o no para el usuario.
Aún hay muchos desafíos.
‘Las profilaxis pre y postexposición son tratamientos clave’
Tito Esparza Coordinador de la Corporación Kimirina en la región costa
La prevención combinada está dando buenos resultados. Antes solo se hablaba del condón como barrera frente al VIH, pero en los últimos años se han sumado estrategias como la PrEP. Es la profilaxis preexposición, un medicamento que se da a personas negativas al virus y que puedan tener prácticas de riesgo.
En Kimirina la aplicamos desde 2019 y hemos comprobado que tiene un 94% de efectividad. Solo en Guayaquil tenemos alrededor de 200 usuarios y nueve personas se suman cada mes a esta forma de prevenir la infección.
Otro tratamiento es la PEP, una profilaxis postexposición. No la damos solo en casos de violación, sino también cuando hay rotura de condón o para individuos que mantuvieron relaciones sin protección y bajo el efecto de alguna sustancia. 75 personas recibieron esta medicación y de ellos ninguno ha resultado reactiva al virus.
Lamentablemente, estos métodos no son tan difundidos, pese a que los entregamos de forma gratuita. El Ministerio de Salud nos facilita los medicamentos.
Esta combinación de estrategias ha permitido que el VIH no tenga el repunte que tuvo en otros años en el Ecuador, incluso a pesar de la pandemia. Como corporación hemos identificado en este año a 480 personas reactivas en Guayaquil, que representa una incidencia del 3%; 13 182 resultaron no reactivas. En 2021 llegamos a 638 reactivos.
Obtenemos estos datos gracias al testeo continuo que hacemos en población clave: hombres que tengan relaciones sexuales con hombres, transfemeninas y mujeres trabajadoras sexuales. Eso no implica que dejemos a un lado a la población en general.
Para avanzar con este mapeo tenemos promotores y brigadistas de salud que acuden a discotecas, parques, saunas para poder difundir los testeos y las estrategias de atención. También lo hacen de manera virtual, porque la pandemia hizo que los trabajadores sexuales se publiquen más en Internet. El objetivo es ofrecerles el testeo y luego, según los resultados, el acceso a la medicación.
El objetivo es lograr una carga viral indetectable, que se enmarca en el plan 95-95-95, de la Organización Mundial de la Salud, y que espera aplacar la epidemia de VIH en 2030 con detección, tratamiento y una baja carga viral.
El rol de nuestros promotores es aún más relevante, porque son pares. Por ejemplo, preparamos a una mujer trans para que hable con otra mujer trans. Además, son escogidos de diferentes nichos sociales y eso nos ha permitido hacer un barrido en Guayaquil.
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