Hace pocos días, la Unión Europea lanzó una boya para salvar a Grecia. Y no solamente se quedó en la millonaria ayuda a la destartalada economía helena, sino que tomó precauciones con montos colosales para socorrer a otros países como Portugal, España, Italia e Irlanda. Se trataba de evitar un riesgo sistémico, el efecto dominó que podía terminar derrumbando la estantería del euro y, con ella, la estabilidad económica y social del viejo continente.
En ese contexto, la Unión Europea relanza las negociaciones comerciales con Mercosur. Además se busca avanzar en las negociaciones de los Tratados de Libre Comercio entre los países de nuestra subregión y la UE. Perú y Colombia dan señas. España se mostraba esperanzada -palabras de la vicepresidenta del Gobierno -en interesar al Ecuador. Pero con poco tino, algo desaconsejado cuando se trata de diplomacia, el Canciller ecuatoriano se adelantó con una negativa. Dijo no antes de hablar, dijo no antes de escuchar. No piensa reanudar las conversaciones en estos momentos.
Lo aconsejado es plegar a las grandes iniciativas, juntarse y negociar en bloque, ciertamente anteponiendo los intereses propios, y buscar espacios de concertación, nunca de confrontación, en los foros internacionales que nos permitan construir identidad propia.
Sería deseable que nos vean cada vez menos cercanos a los radicales y con una actitud más abierta. Europa en plena crisis da lecciones de la utilidad de estar unidos. Ecuador debe imitar el espíritu integracionista sin sacrificar los intereses nacionales y mirando los procesos en el complejo mundo de la economía. Es una actitud vital inclusive para tomar precauciones, evitar descalabros y sortear colapsos en una economía interconectada, global y cambiante.