El manejo de los medios de comunicación ha sido un puntal del Gobierno populista que domina Venezuela desde hace una década. Una relación siempre tensa que construyó en los interminables monólogos, que se agudizó tras el golpe de Estado de 2002 cuando experimentó una debilidad de la que él mismo fue beneficiario antes, cuando la intentona golpista contra el presidente Carlos Andrés Pérez lo llevó a la cárcel.
Desde 2002 se convenció que debía tener el control de los medios para evitar que allí se divulgara el pensamiento de la oposición que le había organizado un golpe de Estado que casi le defenestra.
La llamada revolución bolivariana ha afincado su poder mediático en las cadenas de fin de semana y su programa ‘Aló Presidente’ con el propio comandante ataviado de verde olivo o de rojo encendido como animador y micrófono en mano. Ataca a medios y periodistas, reafirma su discurso descalificador e insultante.
Como consecuencia del altisonante discurso oficial de Chávez, la violencia y agresión contra los periodistas y los ataques de fuerzas de choque partidarias del Gobierno contra los medios se han repetido sin pausa.
Además, el Régimen se ha ido convirtiendo paulatinamente en propietario de canales de TV y radios que le sirven de alto parlante de la propaganda agresiva. Al mismo tiempo, ha cerrado televisoras y ha afrontado manifestaciones de rechazo por esa política y ha resistido una severa crítica internacional de organismos que defienden los derechos humanos y la urgencia de mantener una prensa libre e independiente como sostén de la vida democrática.
Cabe preguntar si cualquier parecido que se establezca con nuestra realidad es pura conciencia.