Ecuatoriano de nacimiento, educado en Francia y Norteamérica, multilingüe, veterano de Vietnam tipo Rambo, se convirtió en un director de galería, curador, empresario, y artista extraordinario. Guapo, suave, elegante, encantador, y absolutamente modesto. Una ganga a USD 500.” Esta es la autopropaganda de George Febres para una cena de gala en Nueva Orleans al considerárselo como uno de los personajes más importantes de esa ciudad en 1989. Los USD 500 se refieren al precio de la contribución benéfica. Este y cientos de documentos personales, obras de arte, fotografías y recortes de prensa reposan en el archivo histórico de esa ciudad, que lo acogió en su autoexilio desde los sesenta.
El fondo documental que lleva su nombre se encuentra en perfecto estado de preservación desde cuando Febres (Guayaquil, 1943-Nueva Orleans, 1996), gravemente afectado por el sida desde los tempranos noventa, decidiera donarlo al país que le brindara acogida y no a su nativo Ecuador, lugar este último que, en cambio, se ocupó de callarlo sistemáticamente. Febres era homosexual y de apellido Febres Cordero, dos problemas en su patria. Iniciativas puntuales y un puñado de artículos de periódico publicados en el país dan pistas sobre la anatomía del silencio al que este artista fuera condenado. A su primo, el reconocido periodista ‘Pájaro’ Febres Cordero, se le debe una temprana reseña de 1992 que da cuenta de su sorpresa al dimensionar la figura de George en su residencia, aquella que sirvió en su momento como sede de la Galerie Jules Laforgue, regentada por él mismo.
La galería sirvió de epicentro para la articulación de un movimiento artístico con nombre propio, Visionary Imagism, el primero de su naturaleza en el sur de Estados Unidos. Allí, George serviría de curador, ‘dealer’ y galerista llegando a posicionar a figuras de relevancia contemporánea como Douglas Bourgeois, entre otros. Conversando con Douglas en esa ciudad en 2002, recuerdo el enorme agradecimiento y admiración que sentía por el meticuloso trabajo de Febres como un maestro y bróker cultural que se ganó legitimidad y respeto en la escena local gracias a su tesonero trabajo.
Moviéndose como un exótico migrante (su persona pública fue clave en su obra), Febres fue apoyado por su pareja de tres décadas, el historiador Jerah Johnson, quien promovió su carrera brindándole, gracias a sus influencias, la posibilidad de convertirse en un personaje dentro de un ambiente cerrado y clasista.
Rompiendo fronteras en un campo de producción cultural conservador, Febres fue uno de los fundadores del Centro de Arte Contemporáneo de esa ciudad, habiendo merecido el reconocimiento de que su obra, Alligator Shoes, sea considerada emblemática. Un par de zapatos con cabezas de cocodrilo bebés -por demás funcionales y que fueran icónicos del único documental sobre su trayectoria, realizado por Ivo Huahua y Augusto Rodríguez en 2005- sirvieron para ampliar mi mirada hacia el círculo gay de Febres en Guayaquil, intentando entender el ambiente que viviera en su ciudad natal hasta la decisión de migrar definitivamente.
Ese mismo año, un funeral montuvio fue el primer homenaje público a su memoria realizado por estudiantes del, entonces, ITAE de Guayaquil. En 2008 fueron realizadas dos intervenciones públicas catalizadas por mi compañía, Full Dollar: una como parte del festival Mishqui Public con un puñado de artistas que invadieron el Museo Nacional portando camisetas que inquirían “Quién Era George Febres?”. Posteriormente, el colectivo La Pelota Cuadrada desarrolló un performance en la inauguración de la muestra ‘Otro Arte en Ecuador’ en el Itchimbía. Finalmente, de reciente publicación en 2022, el libro ‘101 Arte Contemporáneo en Ecuador’ incluye a Febres por primera vez en una antología. Contribuí mi grano de arena a estas acciones dado lo paradójico que me resulta su silenciamiento.
Todo partió en 2002 de una conversación informal con el entonces director de Programas Culturales del Banco Central, el arquitecto Fredy Olmedo Ron. Estábamos creando, junto con un valioso equipo multidisciplinario, lo que sería el Museo Antropológico y de Arte Contemporáneo de Guayaquil. Un proyecto boicoteado por el propio estado tempranamente, Fredy había sostenido una charla con el ‘Pájaro’ sobre George. Alucinado, decidí entrevistarlo junto con la curadora María Fernanda Cartagena. El siguiente paso fue un viaje a Nueva Orleans para explorar el archivo Febres y levantar testimonio oral entre los conocidos de quien fuera bautizado por la historia del arte norteamericano como “neosurrealista”, una etiqueta problemática si se toman en cuenta el resto de sus influencias, como el pop y el ceramista sureño George Ohr, ambas improntas claves en su legado.
Al momento de investigar dicho archivo en 2002 no existían todavía referencias de George en Internet. Ir, documento por documento, y, luego, ver las obras incluidas en la curaduría que él hiciera sobre el Hermano Miguel –Francisco Febres Cordero Muñoz, su pariente- fueron un detonante. En 2005 traduje para la página La Selecta la iluminadora introducción de George al catálogo de la misma. El texto versa sobre las relaciones históricas entre arte y religión para dar cuenta del método de producción visual que un circuito de artistas hiciera –movilizados por la canonización del Santo y por el poder de convocatoria de Febres– en un despliegue de trabajo sin precedentes. El humor, el sarcasmo y la ironía caracterizaron esta muestra y el resto de su herencia.
En la construcción de su mito, George no estuvo solo. El profesor Johnson, difunto en 2017, apoyó cada uno de sus pasos como artista. Aunque dos décadas separaron sus respectivas partidas, ambos de sus nombres fueron inscritos en su lápida al deceso de Febres en 1996. Su tumba es parada obligatoria en los tures patrimoniales de la ciudad. Hace poco, Jorge Javier Febres Cordero Icaza habría cumplido 79 años.