“Estaba en mi terapia y no quería que me vieran llorar”, bromea Jorge Palacios. Él tiene 34 años y llega a El Cafecito, cuatro veces por semana, para trabajar.
Se trata de uno de los espacios con cafeterías, galerías y cines de la capital que se transformaron para acoger a trabajadores remotos.
Con sus propias herramientas, los más jóvenes llegan a cumplir sus jornadas virtuales. Palaciostrabaja en la parte frontal de la cafetería de la Cordero y Reina Victoria. Bajo un árbol finamente decorado con focos de colores, en su tableta escribe una novela que tiene en mente.
Hace 15 años tiene la costumbre de ir unas cuatro veces por semana para “despejar la mente”. Asegura que en ese espacio logra la inspiración para sus proyectos.
Este lugar funciona en la misma dirección hace 30 años. Abre de lunes a domingo desde las 09:30 y recibe a trabajadores remotos sin ningún costo.
Según su administradora, Andrea Prado, no hay un consumo mínimo para que los usuarios permanezcan en sus instalaciones. Los desayunos varían entre USD 6,50 y USD 9,50 e incluyen café ilimitado.
Palacios prefiere tomar café cuando tiene la idea clara de lo que va a escribir. Cuando sabe que se quedará más tiempo, aprovecha para degustar el té, cuya agua caliente la sirven en un pequeño jarro de loza.
Diversidad de grupos
Cerca de ahí está El Útero, un espacio cultural que busca aglutinar a trabajadores de ese sector. Actualmente son 11 los colectivos que comparten el espacio más los usuarios ocasionales que ocupan cualquier sillón.
Esteban Albán es uno de los fundadores y cuenta cómo han llegado las más de 40 personas que hoy trabajan ahí. No es un sitio de ‘coworking’ tradicional.
Hay estudios de tatuaje y música, pero también una librería y una pequeña galería. Los espacios exteriores son abiertos a todo público, sin costo ni restricción.
Pierre Durand vive y trabaja en una esquina de la gran casa. Es escultor y su materia prima son restos de acero y aluminio con los que crea diferentes obras.
Su especialidad son las figuras que se mueven con un mecanismo de manivela. Estas piezas están ubicadas por toda la infraestructura, para compartirlas con los visitantes.
Josefina Paz llega de manera esporádica a ese espacio de La Mariscal. Le gusta sentarse a leer al aire libre, en una especie de columpio construido con materiales reciclados.
Tiene 22 años y estudia Psicología en la Universidad Central. “Cualquier reunión virtual prefiero hacerla desde aquí y no desde mi casa”, cuenta.
La principal razón es el ambiente diferente. También añade que al llegar a su hogar debe encargarse de tareas de limpieza y cocina, que no le permiten concentrarse.
Y Mariana Andrade, del Ochoymedio coincide en estas razones, que son compartidas por varios de sus clientes. En el cine de La Floresta hay diversos espacios para trabajar y reunirse con los equipos empresariales.
Para personas que llegan solas y con sus implementos de trabajo hay mesas libres en la pérgola. También pueden entrar a una sala pequeña, donde también se proyectan películas sin ningún costo.
Cuando se trata de empresas o grupos que desean hacer una actividad especial, hay un costo que varía. Los eventos culturales siempre tienen preferencias. En esos encuentros se llenan las salas.