El léxico es una de las mejores formas que tiene una sociedad para transmitir su cultura. También de demostrar que la lengua está ‘viva’ y que la gente es pilosa, mosca, sacudida o avión respecto al uso que le puede dar a una palabra.
He aquí palabras que parecen pronunciadas ahora, para ayer, hoy y después; las escribió Sebastián de Covarrubias, en 1611: “Hay poca claridad sobre cuál fuese la lengua primera y pura que se habló en España. La que agora tenemos está mezclada de muchas, y el dar origen a todos sus vocablos será imposible. Yo haré lo que pudiere, siguiendo la orden que se ha tenido en las demás lenguas, y por conformarme con los que han hecho diccionarios copiosos llamándolos Tesoros, me atrevo a usar este término por título de mi obra”. Esta declaración precede a la hechura del primer diccionario de nuestra lengua que, por voluntad de su autor, y dado el uso de la época, se llamó ‘Tesoro de la Lengua Castellana o Española’. Tesoro, en español, no es solo ‘cantidad de dinero, valores u objetos preciosos, reunida y guardada’, sino también ‘nombre dado por sus autores, a ciertos diccionarios, catálogos o antologías’. ¡Qué bien escogido tal apelativo!: no otra cosa es la lengua que un tesoro alimentado por
Filólogos y editores de varios países van a reflexionar durante tres días en la sede de la Real Academia Española sobre "el futuro de los diccionarios en la era digital", un simposio que comienza mañana y en el que se verá hasta qué punto las nuevas tecnologías han influido en las obras de referencia.