De posible origen español, fue recogida en el siglo XIV por el infante Don Manuel en “El conde Lucanor”. Siglos después, Hans Cristian Andersen, que la leyó en alemán, reescribió esta historia en danés y la publicó en el siglo XIX, entre sus cuentos para niños. “El traje nuevo del emperador” es la historia, que todos leímos de pequeños, de un rey al que le hacen creer que lleva un hermoso traje cuando, en realidad, está desnudo.
El truco de los aprovechados sastres fue convencerle de que esa tela, la más suave y delicada que pudiera imaginar, tenía la especial capacidad de ser invisible para cualquier estúpido o inepto para su cargo. Sus cortesanos y él mismo, para no quedar como tontos, alabaron la prenda, su tela y su confección, de la que el emperador estuvo tan orgulloso que salió en un desfile, muy orondo, “vestido” con ella, recibiendo las alabanzas de cortesanos y vasallos, pues nadie quiso admitir ser estúpido o incapaz. El cortejo siguió su marcha entre vítores, hasta que un niño gritó “¡Pero si va desnudo!”, deshaciéndose de golpe toda la mentira.
Así, en una mentira colectiva, hemos estado los ecuatorianos, con respecto a las obras del anterior gobierno. Todo fue perfecto. ¿El Yachay? La maravilla más extraordinaria. ¿Las carreteras? Impecables. ¿Las hidroeléctricas? Incomparables. ¿Los hospitales? Primorosos.
Todo fue perfecto. Y si alguna duda surgió, se la acalló de inmediato. Periodista o político que alertó sobre alguna imperfección o trapisonda fue perseguido, enjuiciado, amedrentado. Cualquiera que criticó fue estúpido o traidor a la patria y, obvio, se invalidó las pruebas con que osó criticar al emperador.
Hasta que vino un niño, Lenín Moreno, que destapó la mentira. Nos dijo que se han identificado más de 640 obras con problemas, que van desde fallas constructivas hasta inconsistencias legales. Otro niño, Pablo Celi, contralor general del Estado, ordenó la destitución de Jorge Glas, por confirmarse la responsabilidad administrativa culposa en el proceso de adjudicación del pozo petrolero Singue. Y poco antes emitió glosas, por ejemplo, por USD 111 millones por la carretera Collas, por la que a quien esto escribe quisieron entablar juicio por haber dicho que fue una obra al buen tuntún, en una columna del desaparecido diario Hoy.
El miedo que cundía en el reino tuvo otras consecuencias muy graves: no solo las obras eran perfectas, la gestión era perfecta. Si los profesores no denunciaron a sus colegas pedófilos o si se archivó las denuncias de padres de familia, fue por miedo, ya que nadie podía atentar contra la inmaculada fachada del régimen. En la llamada Revolución Ciudadana todo debía ser excelente, maravilloso, magnífico, estupendo, excelso, prodigioso. Era el traje nuevo del emperador. Y vaya que hubo aprovechados sastres.