El Tiempo de Colombia, GDA
Durante los años que pasé en Hong Kong, salí a las calles a presenciar la vigilia en conmemoración de las víctimas de Tiananmen que sucede cada 4 de junio. Es un evento conmovedor que reúne en un parque de la ciudad a cientos de miles de personas que portan velas en memoria del número indeterminado de jóvenes asesinados en 1989 por el delito de pedir menos corrupción y más apertura democrática en China.
Es una vigilia que no tiene lugar en China continental, en donde 25 años después el tema sigue vetado, ausente de los libros de historia, bloqueado en sitios web y en redes sociales. Para compensar, los habitantes de Hong Kong, que mal que bien siguen disfrutando de libertad de expresión, no dejan pasar la fecha en vano y se reúnen para velar simbólicamente a los mártires caídos del otro lado de la frontera ideológica. Lo hacen en silencio y genuinamente tristes por un episodio que la historia sigue todavía sin corregir.
La memoria de la brutalidad exhibida por las autoridades cuya mano de hierro no afloja, sumada a la prosperidad de las últimas dos décadas, ha relegado el deseo, o al menos el deseo explícito por la democracia, a un plano secundario en China continental. Pero no es lo que se está viendo en Hong Kong, en donde días continuos de protestas han asfixiado partes vitales de la ciudad, poniendo a funcionar a media marcha a uno de los centros financieros y comerciales más importantes del mundo.
Días históricos que la Policía de Hong Kong ha vuelto aún más históricos, por su errada inclinación a exhibir más fuerza que maña.
Lo de Hong Kong no es una revolución idealista ni sus protagonistas son niños malcriados o rebeldes sin causa. Lo que está en juego es la autonomía de un territorio que se resiste a ser anexado por una potencia autoritaria –irónicamente la madre patria– con la que no comparte los mismos valores. Y lo más extraordinario de todo lo que está pasando es que son los jóvenes quienes están dando la pelea.
Esos jóvenes que viven con la nariz pegada a sus teléfonos celulares, dando la impresión de que no tienen ni idea de lo que pasa a su alrededor, han tenido la osadía de enfrentarse al régimen de Pekín y cobrarle la promesa que hizo hace 17 años de que siempre respetaría la democracia en Hong Kong. No en vano este movimiento cogió por sorpresa a todo el planeta. Es raro ver estas demostraciones de convicción y de valor.
Pero China tiene todo el tiempo del mundo y lo que empezó como un espectáculo de responsabilidad cívica, un movimiento anclado en la realidad, pero con dosis de romanticismo, puede acabar avasallado por el cansancio.De cualquier manera, es reconfortante saber que el idealismo vive y que, a pesar de sus imperfecciones, para las nuevas generaciones en muchas partes del mundo la democracia sigue siendo una causa por la que vale la pena trabajar.