Américo Martín
El Nacional, Venezuela, GDA
Cuando cayó la guillotina reformista sobre los delfines de Fidel, aquellos jóvenes “prospectos” (valga este vocablo beisbolero del Caribe) Lage, Pérez Roque, Ramírez de Estenoz, Valenciaga, y fueron relegados Balaguer –secretario ideológico tradicional– y el melenudo Abel Prieto, se reafirmó que lo de Raúl iba en serio. ¿Y qué era “lo de Raúl”? Simplemente prescindir del modelo fidelista, lo que supuso salir de sus intérpretes más fieles y llevar a la cumbre a nuevos y viejos líderes unidos en la lealtad al sucesor. La reverencia mágica hacia Fidel conservaba su fuerza avasallante, pero al mando estaba Raúl, y solo él.
Fidel había resistido durante largo tiempo el cambio que terminó asociándose a su entrañable hermano. El último Congreso que condujo fue el V, de octubre de 1997. El sistema socialista mundial yacía en escombros. Su poder seguía siendo indiscutido, su dominio era tan rutilante y extremo como siempre. Fidel es brillante pero terco, ninguno mejor dotado para la conducción. Era la estrella en lo alto, el demiurgo, el dios de Cuba…. pero la situación había cambiado sensiblemente debido al naufragio del socialismo real. Contra su odio al mercado y su apego doctrinario al comunismo, se vio obligado a virar hacia el odiado mercado. Abordó el tema en forma desgarradora: al anunciar medidas liberales, ratificaba obsesivamente que serían un “por ahora” antes de volver a las andadas que determinaron la honda dependencia y crisis de la isla.
Anunciaba cambios parecidos a los que 15 años después presentaría su hermano en el VI Congreso, con una diferencia: el mercado en Raúl no sería transitorio sino definitivo, parte esencial del socialismo. Era optar entre iniciativa privada y control público hermético. A conciencia o sin ella, era optar entre el comunismo y la inversión privada, que ha convertido a China en una potencia capitalista.
Antes de perder su particular batalla, Fidel intentó sacudir al partido. El 17 de noviembre de 2005 habló en el Aula Magna de la vieja Universidad de La Habana. Deshecho su optimismo habitual, impresionó al mundo al afirmar -¡él, precisamente él!- que el comunismo podría desaparecer. En medio de la estupefacción del auditorio, clamó: “Este socialismo puede derrumbarse”.
Dejó sentir su angustia por la reedición de la hecatombe soviética, a través de una perestroika. Raúl, sesgadamente aludido, ni dijo esta boca es mía, ni declinó su política.
La nueva amistad Obama-Raúl no puede sorprender a quien le haya seguido la pista al proceso interno cubano. No es un arrebato personal. No es que Raúl “se entregó” o la malicia castrista le dobló la mano al presidente estadounidense. Se trata de una tendencia que, alentada por el deterioro de Cuba, cristalizó en este momento como pudo hacerlo antes o después. Y esa tendencia, por encina de comprensibles y hasta justos resentimientos contra el totalitarismo y el castrismo, marcha o podría hacerlo en dirección correcta.
La apertura económica y la liberalización política son ahora los temas implícitos de la agenda, pero el restablecimiento de relaciones con Estados Unidos era, sin duda, una premisa ineludible.