Hace unas semanas cundió en las redes sociales la declaración de aquel policía que informaba de que él y sus compañeros fueron a inspeccionar un vehículo abandonado y encontraron “un cadáver presumiblemente muerto”.
Con todo lo hilarante de su pleonasmo, ¿no les parece que describe cabalito a Rafael Correa en cuanto ente político?
Es ya cadáver político al haber sido responsable del gobierno más corrupto de la historia, que dejó centenares de obras inconclusas, caras e inútiles (su propio asesor jurídico lo acaba de aceptar en deposición ––nunca mejor dicho–– judicial respecto del poliducto Pascuales-Cuenca).
Pero, además, dejó una inmensa crisis, signada por el desempleo y la angustia, unos cuantos súbitos millonarios, y un país dividido y enfrentado. Pero solo está presumiblemente muerto porque aún no se celebra la consulta popular que su sucesor y ex amigo convocó para quitarle la posibilidad de una reelección. Y a eso vino, más que a otra cosa: a tratar de que esa consulta no realice.
Desesperado por la erosión de su capital político, que ha sido como derrumbe en carretera subtropical, dejó Bélgica y viajó presuroso en tren, aerolínea y vuelo privado (pagado por poderosos amigos secretos), y ni bien llegó ha tratado de reagrupar a su desbandado redil.
Él, que era omnisciente, no ha podido tener en estos meses los detalles del derrumbe; estaba lejos y le faltaba el contacto con la realidad.
Ahora ya sabe que hay marchas en su contra, grupos espontáneos de rechazo … y muy poca gente en sus concentraciones. Ya no es lo que era. Ya no corre la plata por las venas del cuerpo político; ya no hay sabatinas que convocar, ideologías que vender, espejismos que ofrecer, voces que callar, prensa que perseguir, tragos y cantos destemplados que compartir. Es tal la pigricia que ya ni sánduches puede brindar (porque, que esté claro: no va a financiarlos uno mismo, ¡qué va!, salían de la plata del Estado, pero ya no hay).
En su retiro goza de escolta pagada, secretarias a su orden en la embajada y pensión pagada con puntualidad (por cierto, ¿le descontarán de su pensión el Impuesto a la Salida de Divisas? Deberían).
Pero ahora cae en cuenta que la distancia deformaba su mirada y le hacía creer que era cuestión de volver, ver y vencer; que en un tris debelaría la conspiración de Moreno y que el pueblo estaría dispuesto a disculparle todo lo que hizo, aunque tuviera que recurrir a nuevas e inverosímiles excusas. Por eso no le cabe en la cabeza que la situación sea tan distinta a solo cuatro meses de su partida y se empeña en demostrar, con las zancadas imprecisas de una momia, que es falsa la presunción de que está muerto. ¿Qué trucos tendrá mientras le llega el rigor mortis?