Gonzalo Ruiz Álvarez Subdirector Adjunto La caída del presidente Víctor Yanúkovich fue un espejismo del fin de la crisis.
Casi tres meses de revueltas populares y más de un centenar de muertos forzaron una salida política, un acuerdo.
El retorno de la Constitución de 2004 para sustituir a una carta que entregaba hiperpoderes al Presidente fue una concesión a la idea de parlamentarismo con figura presidencial. Pero la salida y la evidencia de la destrucción de la plaza de Maidán en Kiev, la capital de Ucrania, el desfile espontáneo y civilizado de la gente frente a la opulencia de la mansión del caudillo escondían las razones profundas de una especie de guerra civil que no se conjura del todo.
Este fin de semana la reacción del presidente de Estados Unidos Barack Obama mostró la preocupación de la Casa Blanca ante la evidencia: la movilización de tropas rusas en el frente occidental-Por más que el Ministro de Defensa negase vinculación alguna con la crisis ucraniana, su relación es inocultable.
Como mar de fondo está la posición estratégica de esta rica nación del a ex-Unión Soviética. Ucrania separa a Rusia de la Europa de la Unión. La Unión Europea quiere conquistar para su entorno a Ucrania pero Rusia y su líder, el nuevo ‘zar’ Vladimir Putin, piensan que Ucrania es una especie de patio trasero.
En esa lógica se juega el ajedrez geopolítico. Rusia hace un despliegue militar, Estados Unidos expresa de modo explícito su preocupación. Europa requiere de un acuerdo y Rusia prefiere que Ucrania siga en su órbita, como antes, cuando el PCUS dominaba el mapa del equilibrio del terror de la Guerra Fría.
La toma de civiles armados al Parlamento de Crimea, que alcanzó su independencia como enclave autónomo en el lejano 1954 tiene hondos mensajes.
En el tablero de Ucrania se juega la geopolítica de un mundo con China potencia, con Europa grande y el mundo árabe en ebullición. Por ahora vale espantar el fantasma de la cruenta guerra yugoslava. Eso, en Ucrania, debe evitarse a toda costa.