Cinco afluentes alimentan el caudal del río Puyo, en la Amazonía ecuatoriana. Fotos: Glenda Giacometti y archivo / EL COMERCIO
Los indígenas kichwas de las 37 comunidades de Campo Alegre, en el Oriente ecuatoriano, cuidan el bosque húmedo y el agua que brota de la tierra. Las familias se encargan de cuidar los árboles gigantes que están en sus propiedades, ubicados en la parroquia Tarqui, a 40 kilómetros de Pastaza.
Las familias son responsables de cuidar 1 500 hectáreas de flora y fauna. Los líderes recorren a diario la zona protegida del bosque primario para evitar la caza furtiva, la pesca y la tala del bosque.
Julián Santi es el ‘yachay’ o curandero de la comunidad. El hombre de contextura delgada y tez trigueña es el encargado de enseñar a los niños y jóvenes sobre las plantas medicinales, los animales que habitan en el bosque y los espíritus que cuidan la selva.
Santi, quien sostiene su larga cabellera negra con un cintillo, explica que en la reserva natural se pueden avistar tucanes, loros, murciélagos fruteros, colibríes, monos y una gran variedad de aves multicolores.
“Los armadillos y sajinos están en peligro de extinción y no pueden ser cazados. Estos animales rondaban en nuestras tierras hace muchos años pero la caza y el desconocimiento casi les extingue por completo”, explica Santi.
En la zona de amortiguamiento habitan las familias dedicadas a la siembran de yuca, plátano, papa china y otros cultivos que sirven para la alimentación de la comuna.
Las chacras están ubicadas alrededor de las casas de madera con techos de zinc. Santi explica que 10 hectáreas fueron destinadas para cada familia para que realicen sus siembras. El yachay usualmente viste un pantalón de tela, camisa a rayas y botas. Del cuello del curandero cuelga un collar con los colores de la Wipala y la imagen del tigre.
“La reserva la protegemos como un tesoro. La Pachamama nos brinda el agua que utilizamos para nuestros alimentos. Estamos recuperando nuestra cultura y somos consientes del cuidado”, indica Santi en esta zona.
El indígena Jorge Santi se abre paso entre los árboles y el pantano de la reserva de Campo Alegre, ubicada en el sur de Pastaza. Él encuentra aquí las plantas que utiliza para sus rituales de sanación.
Para llegar a la reserva de Campo Alegre se debe caminar unos 30 minutos. Por un estrecho sendero pantanoso, cubierto de una espesa hojarasca y el intenso ruido de los insectos se puede llegar a una loma.
Desde el mirador natural se observan los enormes árboles que sobrepasan la espesa vegetación. Los ríos que alimentan el afluente del Pastaza están escondidos entre el verde claroscuro de la selva.
En este espacio, los yachas de la comunidad kichwa realizan rituales con la ayahuasca (bebida alucinógena) para tomar decisiones en la comunidad o hacer limpias.
“Los turistas tienen que pasar una noche junto a la fogata. Ahí convocamos a los espíritus de la selva para que nos ayuden a eliminar su energía negativa”, sostiene Santi.
Los visitantes que llegan son de Estados Unidos, Israel y otros países. Los yachas los preparan para caminar por la selva con botas de caucho, y poncho de aguas.
Jorge Santi vive con su esposa y cuatro hijos en la zona de amortiguamiento de la reserva. Con tablas construyó su pequeña casa; a pocos metros hay un galpón donde cría a los cerdos y pollos. Este indígena de 45 años comenta que uno de los problemas que afrontaron las comunidades fue la tala del bosque para la agricultura y ganadería. Sus vecinos sembraron pasto para alimentar a las cabezas de ganado que tienen en sus fincas.
“El caudal del agua bajó y los pantanos poco a poco se comenzaron a secar. Las fuentes de agua disminuyeron y por eso cada familia de las comunidades se encarga ahora de protegerlas”, indica Jorge. Otra de las alternativas de los indígenas es cortar un árbol pero sembrar dos más en las cercanías. Además, están promoviendo el turismo comunitario en esta zona de Pastaza.
Edwin Aguirre, museólogo de Pastaza, explica que los visitantes tienen la oportunidad de descubrir, recorrer, apreciar y explorar la cordillera amazónica. “Hay una sorprendente variedad de plantas medicinales en esta zona del sur de Pastaza. Con los yachas se está trabajando para que su conocimiento se comparta con los jóvenes”, indica Aguirre.