En el Zoológico de Okeechobee en Florida (EE.UU), dos camellos permanecen en el área de cuarentena antes de ir a la zona de exhibición.
Foto: Gabriela Quiroz / EL COMERCIO
El 2016 ha sido un año ajetreado para los zoológicos y acuarios del mundo. Sea World anunció que ya no criará orcas. Buenos Aires cerrará su zoológico. En el Zoológico de Caricuao (Venezuela) se registró la muerte de 50 animales por hambruna.
Todo esto revivió la discusión sobre mantener en cautiverio a la vida silvestre. Y en Ecuador, varios lojanos criticaron la decisión de recaudar USD
20 000 para traer una pareja de jirafas al bioparque local. Tras estos sucesos, ha surgido la duda sobre cuál es el rol que cumplen los zoológicos en el siglo XXI y una incertidumbre a futuro.
Los animales silvestres han fascinado al ser humano desde tiempos inmemorables. Así lo explica Eric Baratay, historiador de animales de la Universidad de Lyon (Francia), en su libro ‘Una historia de los zoológicos en el Occidente’.
Ya en el Renacimiento, los aristócratas exhibían las “bestias” salvajes en sus colecciones privadas. Asimismo, los animales resguardados tras los barrotes de las jaulas inspiraron a los naturalistas, como Charles Darwin, y alimentaron la curiosidad de las masas. Para el siglo XIX, la urbanización urgió expandir los zoológicos, con fines comerciales, para entretener a los ciudadanos.
Hoy en día, con la extinción masiva de especies y el aumento de ecosistemas bajo amenaza, los zoológicos juegan un nuevo rol en la conservación. Sin embargo, desde 1980 se pone en duda si estos cumplen su promesa.
De acuerdo con la Asociación de Zoológicos y Acuarios de América existen más de
10 000 zoológicos en el mundo.
En Ecuador, el Ministerio del Ambiente ha otorgado la licencia a 35 centros. De estos, cinco forman parte de la Asociación Latinoamericana de Parques Zoológicos y Acuarios (Alpza) y 11 serán los primeros en conformar la Asociación -en desarrollo- de Zoológicos de Ecuador (AEZA).
Para ser acreditados en asociaciones internacionales, los zoológicos deben expandir sus esfuerzos más allá de mantener a los animales en cautiverio. Muchos se han vuelto proactivos en proteger a la fauna silvestre, en reintroducirla a su hábitat y fomentar la educación ambiental.
La mayoría de estos centros en Ecuador funcionan como “refugios” de fauna silvestre nativa que son rescatados del tráfico, cacería o accidentes. Estos están destinados a estar de por vida enjaulados porque sus condiciones físicas y mentales no permiten que sean liberados y se convierten en embajadores de su especie para ayudar a crear conciencia.
Pero para algunos científicos y expertos, ver a los animales enjaulados no refuerza un propósito educativo.
“Los zoológicos presentan la ilusión de animales silvestres en estado natural a un público nostálgico y justifican su existencia como salvadores de las especies amenazadas”, critica Baratay. Al respecto, Lori Marino, neurocientífico, dijo a The Washington Post que no existen evidencia de que ver un animal detrás de escaparates promueva valores la conservación.
Otros opinan que los “buenos zoológicos” son la minoría. Ernesto Arbelaez, director del Zoológico Amaru -en Cuenca- y presidente de AEZA, dice que solo siete zoológicos del Ecuador tienen programas de preservación, y que más del 43% de los centros considerados zoológicos por el MAE no cumplen con los roles de estas instituciones: educación, investigación, conservación y recreación. Añade, que estos centros son colecciones de animales y que muchos no tienen el personal o los recursos suficientes.
En los zoológicos del mundo, las escenas de elefantes moviendo la cabeza repetitivamente o tigres caminando de un lado a otro en sus jaulas con la mirada perdida alimentan las críticas de quienes aún ven a los zoológicos como prisiones y no como refugios para la conservación.
“A pesar de que la mortalidad de los animales disminuyó desde los años 80 en los zoológicos, estos se han mantenido como espacio de espectáculos para humanos y no para animales”, reprocha Baratay. Además argumenta que los zoológicos no pueden tener un papel importante en la preservación y reintroducción de vida silvestre, pues los animales están perdiendo gradualmente su territorio.
Asimismo, la genética de las futuras generaciones, reproducidas en cautiverio, pierde parte de su naturalidad.
Marino, quien lidera el Proyecto de Santuario de Ballenas, dijo al mismo Washington Post que los zoológicos están en creciente presión para decidir entre cambiar su modelo a santuarios (donde prevalece el bienestar animal sobre lo comercial) o extinguirse por sí solos.
Con él coincide Baratay, quien dice que a menos que los zoológicos se adapten a las solicitudes del público que critican sus modelos, estos no tendrán futuro.
Del otro lado, el Zoológico de Guayllabamba, en Quito, solo en el año pasado invirtió USD
20 000 en conservación y liberación de animales, según Max Araujo, administrador de la institución.
Por su parte, Arbelaez dice que su zoológico es el único que ha conseguido reproducir tres osos de anteojos e invierte alrededor de USD 65 mil cada año en la conservación de anfibios.
Arbelaez estima que cerca de un millón y medio de personas, anualmente, participan de los recorridos educativos de los zoológicos de AEZA.
A pesar de ello, el director de Amaru añade que es consciente de que los zoológicos del Ecuador deben perfeccionar los estándares de manejo para mejorar el bienestar animal. Aunque Araujo afirma que este no es el caso del Zoológico de Guayllabamba, coincide con que otros zoológicos tienen falta de presupuesto y recursos. Ambos piden más apoyo gubernamental, pues cada año entre
2 500 y 3 000 animales son decomisados.
A la postre, estos necesitan un lugar y son varias las especies que están en peligro de extinción.