Niños y jóvenes se preparan semanalmente para convertirse en narradores; ellos practican con Corporación Imaginario. Foto: Mario Faustos/ EL COMERCIO.
Había una vez… No, mejor no. Porque esa frase recurrente de los cuentos de hadas no encaja en la narración irreverente y jocosa de estos adolescentes. Este cuento empieza en una vereda —un escenario de adoquín—, con un público exclusivo —sentado en las escaleras del Museo Nahím Isaías—, y algunos curiosos caminantes que detuvieron sus pasos.
Con el telón de fondo de la Gobernación del Guayas, 11 pequeños narradores orales hablan sin tapujos de los besos. Sí, de esos apasionantes besuqueos que —como contaron—, no son como los pintan en los cuentos de princesas. Mucho menos esos besos profundos que puede transportar más de 80 millones de bacterias —cuando Melina Fuentes lo dijo, una expresión de repugnancia se dibujó en sus rostros—.
Es el ensayo de ‘Besos de cuento o cuentos con beso’, la presentación de la Sub 16 del cuento para ‘Un cerrito de cuentos 2015’. El festival es organizado por Corporación Cultural Imaginario y es parte del XII Encuentro Internacional de Narradores Orales, que será en este mes en Guayaquil.
Estos pequeños narradores han estudiado cómo se hacen y cómo se cuentan cuentos. Bajo la guía de maestros (reciben clases de tradición, redacción y expresión corporal), han investigado los cuentos que saben los mayores.
Y bien podrían convertirse en los nuevos guardianes de la oralidad de los pueblos de la Costa. Todos tienen familiares en Manabí y Esmeraldas y sus abuelos son los cómplices en el traspaso de esas leyendas pícaras y sabias.
La historia de estos adolescentes comenzó hace ocho años, como recuerda Ángela Arboleda Jiménez, directora de la Corporación. “Cuando empezamos con ‘Un cerro de cuentos’ convocábamos a talleres, pero muy pocos adultos quería aprender el oficio de narradores. Y cuando empecé a traer abuelos, para que sean parte del festival, algunos ya estaban muy viejitos. Entonces pensamos en una nueva generación que se enamore del oficio”.
Y… ¡abracadabra! (aunque esa palabra mágica tampoco encaja en este cuento), surgieron los primeros 13 becarios. Michael Simisterra y Emily Solís eran niños cuando empezaron. Ahora son los integrantes más antiguos —pero no pasan de los 16 años—.
Otros chicos, como Luisa Flores, tienen un gusto particular por la oralidad montuvia. La historia de la pelea entre el lagarto y el montuvio, ambientada en el Guayaquil de antaño, fue parte del espectáculo en años anteriores.
“El lagarto, que supuestamente es enorme, gana -cuenta Luisa-. Pero un día, un borracho se mete al espectáculo y descubre que el lagarto es, en realidad, una iguanita del parque Seminario. La gente protesta, el organizador persigue al borracho por todo Guayaquil, se lanzan al río Guayas y… ¡pum!, se los come un lagarto”.
Ese es solo un ejemplo de cómo estos adolescentes valoran y siente orgullo de las raíces montuvias. Arboleda y la Sub 16 del cuento quieren contagiar a más grandes, medianos y chiquitos con estas historias; enamorarlos con estas manifestaciones vivas, con esa forma especial que tiene nuestra gente de decir, de rimar, de enfrentar la vida a través de las palabras de una manera única.
“Pero aquí pasa algo —dice Arboleda—. Todo lo que recoge la tradición oral europea está muy bien, como el ‘Pulgarcito’ de los hermanos Grimm. Pero lo que recogieron acá don Justino Cornejo y otros investigadores no tiene el mismo valor. Es absurdo; tenemos a ‘Juan bobo’, ‘Pedro sabe más que el rey’ y otras historias que guardan la esencia del cuento popular: un personaje humilde que vence al poderoso. Hace falta mirar a esos personajes”.
Para mantener viva la raíz del arte de la narración oral, Angie, Milena, Melany, Jesús y Yean narran cuentos disparatados, como en el de los besos. Así descubrieron que no hay príncipes que despierten a princesas. No era un final convincente para ellos; así que crearon uno, a su manera.