‘Frío estudio del desastre’, 2005, del colectivo cubano Los Carpinteros; la instalación se vuelve a construir de cero en cada exposición. Fotos: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO
La ausencia de lugar a la que remite ‘Atopía’ (a=sin; topos=lugar) hace que el espectador se interne en ella con la ventaja que da la libertad: no debe mirar hacia ningún lado, porque no hay un centro ni tampoco un punto desde donde mirar. Entonces, todo es posible, todas las interpretaciones, todas las conexiones, todas las miradas y también todos los vacíos, que van manifestándose y/o completándose a medida que las 28 piezas que componen la muestra son vistas por alguien; siempre por primera vez, y también por última vez… Como en el río de Heráclito en el que nadie se baña dos veces. Cosas del arte. Y de la vida.
De entre los muchos méritos que puede tener (y tiene) ‘Atopía. Migración, legado y ausencia de lugar’, de la colección Thyssen-Bornemisza Art Contemporary (TBA21), está precisamente ese: conectar los temas de la vida con el arte. Con una vocación innegablemente política pero no panfletaria, esta curaduría hecha por Daniela Zyman en el 2014 –luego la muestra ha ido creciendo– plantea diálogos que tienen lugar en diferentes estratos: entre las obras, entre las obras y el espectador y entre las obras y el lugar de exhibición; y cada uno de esos diálogos gira alrededor de temas tan duros y tan actuales como los desplazamientos humanos voluntarios o forzados, o los conflictos originados, además de potenciados, por la(s) identidad(es).
‘Eu desejo o seu desejo / Yo deseo tu deseo’, 2003, de la brasileña Rivane Neuenschwander.
Desde el 9 de agosto que se inauguró hasta el jueves 18, alrededor de 10 000 personas han llegado hasta el Centro Cultural Metropolitano (CCM) para ver esta muestra, que da continuidad a una buena costumbre que de unos años acá tenemos en Quito: albergar exposiciones de arte contemporáneo de calidad mundial.
Para mencionar solo las más recientes: ‘Arte Contemporáneo y Patios de Quito’ (2010), curada por una autoridad como Gerardo Mosquera y organizada por la gestora cultural ecuatoriana María Consuelo Tohme; ‘La chispa que enciende la llanura’ (2012), curada por la artista ecuatoriana Gabriela Rivadeneira y organizada por el Centro de Arte Contemporáneo (CAC); ‘Spin-off’ (2015), en el CAC, que empezó a planificarse con Ana Rodríguez y se realizó bajo la dirección de María Fernanda Cartagena en la Fundación Museos de la Ciudad. ‘Atopía’ es gestión, de principio a fin, de Pilar Estrada, directora del CCM, quien con la ayuda de 25 personas en tres meses y medio armó la muestra.
Cuando a finales de septiembre, la exhibición haya acabado, podremos decir que no solo hemos bebido de las ideas y la estética de artistas como Allan Sekula (que con la fotografía ha pensado y retratado como nadie el papel del mar en la humanidad), de Do Ho Suh (un artista obligatorio de la escena asiática), de Olafur Eliasson (en el top 20 de los artistas contemporáneos vivos más importantes), del colectivo cubano Los Carpinteros; también podremos establecer relaciones entre la propuesta de las imágenes históricas (y reivindicatorias) de ‘Mujer para llevar’, de Mathilde ter Heijne y las fotos de la ya legendaria Cindy Sherman (que mostró Spin-Off), que ha abordado de tantas maneras su imagen y con ella la de la mujer.
Además de la interacción, el deslumbramiento y los múltiples aprendizajes que deja cada muestra de este tipo, su valor está en las conversaciones, vis-à-vis o colectivas que cada una dispara. Esa especie de sedimento de ideas que vamos acumulando gracias a ellas; sedimento que empieza a entablar relaciones, a despertar preguntas y comparaciones. Más aún cuando se trata de arte contemporáneo, esa especie de isla cuyas orillas todavía lucen despobladas.
Aquí entra en escena otro de los muchos méritos de ‘Atopía’: acercar el arte contemporáneo a más gente (y no solo los iniciados). La muestra logra entablar diálogos a distintos niveles; tanto que muchos empiezan a jugar, literalmente, con algunas de las piezas y se olvidan de que es arte contemporáneo, ese lugar/no-lugar tan temido. Y por primera vez, por última vez, se adentran en ese río por el que fluyen, más que nada, preguntas. Igual que pasa en la vida.
‘Ensayo sobre la ceguera (Capítulo 1: El Mar Negro)’, 2016, del ecuatoriano Paúl Rosero. Foto: Pavel Calahorrano / EL COMERCIO