Las remesas que envían los venezolanos en el exterior se invierten en comida y algunos gastos en medicina. Su alcance se ha reducido. Foto: Patricia González / EL COMERCIO
En Venezuela, la pensión de la seguridad social es de 150 000 bolívares, que equivale a unos USD 3,3. Para María Reinoso y su esposo, dos pensionistas, es el único ingreso en bolívares que reciben al mes.
La única manera que tienen para poder cubrir sus gastos mensuales, en una economía azotada por la hiperinflación, es con el dinero que les envía cada mes uno de sus hijos desde Portugal, país al que emigró hace dos años.
Anteriormente, esta pareja tuvo una tienda de víveres, que cerró hace cuatro años; además recibían ingresos por alquilar viviendas, pero el negocio de arriendos se volvió engorroso en Venezuela y ahora esas habitaciones están vacías.
Por eso, el dinero que les manda su hijo se ha vuelto su principal sustento. A principios del 2019, el monto que recibía esta pareja era cercano a 700 000 bolívares. Ahora, reciben más del doble, entre 1,5 y 2 millones, cuenta María, pero como consecuencia de la hiperinflación les rinde para mucho menos. El dinero se deposita en euros en una cuenta y ella lo retira en bolívares.
“Antes me alcanzaba para adquirir la comida, zapatos, algunas telas para mandarme a hacer ropa. Ahora, solo me alcanza para hacer algo de mercado. No voy ni al médico para que no me halle nada” , dice con ironía, y añade: “Los lentes me salen en 1 700 000 bolívares (USD 37,3), ¿cómo me los mando a hacer? Tengo que hacerme un examen de la columna y tampoco tengo con qué”.
Con más de 4,7 millones de venezolanos en condición de refugiados o migrantes en todo el mundo, según estimaciones de la Agencia de la ONU para los Refugiados (Acnur), las remesas se han convertido en parte fundamental del sustento de muchos ciudadanos en Venezuela.
De acuerdo con la consultora Econoalítica, durante el 2019, el país recibió USD 3 500 millones en remesas.
Sin embargo, ante el alto costo de la vida y una economía que cada vez usa más el dólar en las transacciones cotidianas, es menor el alcance de las remesas. Para Asdrúbal Oliveros, director de la consultora Econoalítica, el impacto actual de las remesas en la economía es limitado.
“En promedio un venezolano que vive fuera envía USD 105 al mes, pero una familia necesita para alimentarse cerca de USD 350. La remesa ayuda, pero no puedes vivir solo de eso, al menos desde el último año y medio”, explica.
Hasta octubre, el Centro de Documentación y Análisis Social de la Federación Venezolana de Maestros calculaba el costo de la Canasta Básica Familiar en Bs. 7,58 millones, para entonces USD 290.
Las remesas comúnmente se reciben a través de cuentas bancarias en Venezuela, en bolívares. Es por ello que el dinero que se envía pierde valor rápidamente debido a la hiperinflación. Esta es una de las razones para que los venezolanos en el exterior estén incrementando los montos -en dólares u otras monedas duras- que envían a sus familiares. A esto se suma la dolarización de precios que vive el país caribeño, que también ha impactado en el costo de la vida.
Maury Istillarte, de 64 años, es economista y por 27 años se dedicó a ser prestamista y a administrar el condominio del edificio donde reside. Ante la fuerte crisis económica, prestar dinero se volvió un negocio sin rentabilidad. Sus ingresos son la pensión de la seguridad social y 750 000 bolívares (USD 16,5) por la administración del condominio. Su esposo, un operador de audio, recibe al mes poco más de 1 millón de bolívares (USD 22).
Los gastos del mes los cubren con lo que envía la hija menor de Maury, quien emigró en julio del 2016 a EE.UU. A mediados del año pasado enviaba USD 20, que al poco tiempo subieron a 50 porque no alcanzaba. A partir de junio de este año recibe 150.
Con ello, Maury hace el mercado del mes y destina cerca de USD 30 para las medicinas de su mamá. De ese dinero, también cubren el alquiler de un pequeño departamento en Caracas, por USD 25, donde vive su hija mayor.
La familia solo gasta lo necesario en mercado. La mujer cuenta que comer en la calle o hacer salidas al cine es un lujo.
Doreidi Rada (57 años) tiene a sus dos hijas fuera del país, una en Miami y otra en Quito. Ella reside en el Estado Anzoátegui, al oriente de Venezuela, y labora para un spa, donde desde hace un año los servicios se cobran en dólares, o al cambio en bolívares.
Al mes puede obtener ingresos por hasta USD 150, pero que ante la crisis económica del país ese dinero se vuelve insuficiente.
Para cubrir sus gastos, sus hijas le envían en promedio USD 240 entre las dos. Eso le alcanza prácticamente solo para la comida. “Hace un año me enviaban cerca de USD 160”, dijo.
“La remesa me rendía para todo. Ahorita es duro porque la inflación es monstruosa. Hasta los precios suben en dólares”.