Petrona Castañeda trabaja en la confección de canastas desde las 07:00. En una semana puede elaborar entre 4 y 5. Foto: Modesto Moreta / El Comercio
En la comunidad Quillán La Playa del cantón Píllaro Petrona Castañeda es conocida como la última artesana que teje los canastos con carrizo. La mujer, de 72 años, con agilidad da forma a estos recipientes que poco a poco fueron reemplazados por el plástico.
La matrona de cabello cano se lamenta porque en su pueblo había hace 10 años más de 7 talleres dedicados a esta actividad, que aprendió a los 7 años.
Cuando recuerda sus primeros pasos en la artesanía se llena de nostalgia y las lágrimas brotan, puesto que durante 65 años ha trabajado en esta profesión con la que ha educado a sus tres hijos. Pero también trabaja en la agricultura, produce aguacates, maíz, papas y otros alimentos.
Ella aprendió de un vecino que se movilizaba apoyado con dos bastones. El hombre llegaba habitualmente a la casa de su madre para que aprendiera el oficio de elaborar canastas de carrizo. Con la práctica mejoró su técnica. “Confeccionaba las canastas y mi madre se encargaba de comercializarlas en las ferias de Píllaro, Ambato y hasta Riobamba”.
Un machete de 40 centímetros es la principal herramienta para cortar y luego sacar las hebras de este material que plantó en uno de sus terrenos cercanos a su vivienda de construcción de madera y techo de zinc. “Mi madre peló un conejo y un cuy como agradecimiento al maestro que me enseñó paso a paso”.
Para Castañeda no fue nada fácil trabajar con el carrizo. Constantemente se cortaba los dedos o se pinchaba las astillas en las manos. Explica que ese producto antiguamente era muy solicitado por las amas de casa y no contaminaba el ambiente. Todo cambió con la aparición del plástico que incluso son más económicos. Eso relegó a sus tejidos que ahora muy pocos los buscan.
Quienes aún compran estos canastos los usan para hacer compras. Hay canastas pequeñas, medianas y grandes. Tejer una mediana puede tomar hasta cuatro horas y una grande entre 5 y 6 horas. “Con los bajos precios de las canastas es difícil sobrevivir, no dejo este oficio porque amo lo que hago y solo lo dejaré cuando muera”, dice Castañeda.
Esta hábil artesana teje la fibra para mantener la tradición del pueblo. Antes lo hacía con sus hijos. Ellos se ubicaban alrededor para ayudar y cumplir con los pedidos.
El primer paso para elaborar una canasta es cortar la materia prima. Esta fibra crece en abundancia en los terrenos de Quillán, en Tungurahua.
Luego se retiran las impurezas (hojas y cobertura) con el machete y se corta en tiras delgadas que deben quedar lisas, para que resulte fácil el trenzado. Por lo general, esta tarea está a cargo de los varones, porque se necesita mayor fuerza, pero Castañeda al vivir sola debe cumplir ese papel.
La tarea concluye con el trenzado del arco, que es reforzado con una vara larga y gruesa para que soporte el peso de los objetos a cargarse. “Ese es el secreto para un buen canasto, tener un buen refuerzo”.
Produce entre 4 y 5 canastas semanales. Estas las amarra con una soga. Viaja a Píllaro, Ambato, Latacunga y Riobamba para venderlas en las ferias.
Su vecino Héctor Tenelema cuenta que antiguamente en la comunidad había grandes plantaciones de carrizo por la abundante humedad en la zona.
No conoce con precisión cómo se inició este oficio allí, que está por desaparecer. “Los hijos, que antes aprendían a confeccionar esta y otras artesanías, han migrado a otras ciudades. La gente ya no busca los canastos”.