Hay varias concepciones sobre el término sororidad, incluso desde el mundo andino y su cosmovisión. Para la Real Academia Española, que reconoció esta palabra en 2008, su uso se ha generalizado al referirse a la solidaridad entre mujeres.
Según la RAE, la sororidad es una “relación de solidaridad entre las mujeres, especialmente en la lucha por su empoderamiento”.
En esto coincide la activista social y feminista Lizbeth Zhingre. “La sororidad es un término político acuñado por Marcela Alagarde, para hacer referencia a una acción de tejer redes de cuidado, redes afectivas y redes de apoyo entre mujeres”.
Sin embargo, este término no es nuevo para las indígenas. Ninari Chimba, docente y activista, explica que la sororidad es un recordatorio al concepto andino de ‘ñañarishpa’ (de aquí nace el término ñaña), que hace referencia a las relaciones de hermandad entre mujeres en territorios originarios.
Dentro del mundo andino no existen los conceptos antropocéntricos, lo cual hace que las palabras tengan una visión general e incluyente, y que los conocimientos sean transmitidos de generación en generación.
“Sororidad es una palabra que se logró universalizar. Nos recuerda que sí son posibles estas relaciones de hermandad entre mujeres. Y a nosotras (mujeres indígenas) ya nos transmitían este conocimiento desde antes”.
Incluso, dice, en una forma de apropiación cultural las mujeres mestizas adoptaron el término y lo han transformado en ‘ñañaridad’, para entenderlo mejor.
En este sentido, las dos activistas coinciden en la importancia de poder aplicar este concepto en el día a día de las mujeres, en diferentes ámbitos, como en la educación o en el espacio público.
La sororidad en la educación
Chimba es docente intercultural de niños de 5 años en un centro comunitario en Quito. Trabaja con niños de origen indígena diverso: indígenas migrantes, indígenas mestizos o afro-montuvios.
El ‘ñañarishpa’ o sororidad se imparte en todos los niveles del centro educativo donde labora.
La docente señala que todos, desde los más pequeños, aplican el concepto. Por ejemplo, “uno de mis alumnos le dijo princesa a una de sus compañeras, quien viste su traje indígena y ella se puso a llorar”. Él no entendía. Sin embargo, ella estuvo acompañada de su amiga y no la criticó, sino más bien la acompañó hacia mí para que me explicara lo sucedido.
La niña creía que no era correcto que su amigo la llamara princesa, ya que está concepción estereotipada no nos representa como mujeres indígenas ni como mujeres. “Yo tengo mucho cuidado con ellos (los estudiantes) sobre el tipo de rol que enseño para identificar a las mujeres y a los hombres”.
La sororidad se dejó ver cuando la amiga de la niña que lloraba la acompañó y entendió el sentir de su amiga, sin criticar la reacción ante las palabras del niño.
Estos pequeños ejemplos son grandes lecciones de vida que, con el pasar de los años, se convierten en muestras de solidaridad y de hermandad entre las mujeres, explica Chimba.
El espacio público
Para la activista Lizbeth Zhingre, el espacio público es un espacio político que siempre está en disputa y que quienes participan de él son leídos desde diferentes aristas, una de ellas es desde el género.
“En este sentido, muchas agresiones que se dan en el espacio público necesitan acciones desde la sororidad pública desde las personas; es decir, parar los actos de violencia en contra de mujeres”.
Pone como ejemplo el acoso sexual en la calle, un acto que no le compete únicamente a la mujer víctima sino también a quien presencia el hecho y a su forma de intervenir, ya sea defendiéndola ese momento o expresando su rechazo en otros espacios.
Ninguna muestra de sororidad se puede decir que está demás. “Es importante expresar y demostrar el descontento que generan ciertas acciones públicas en contra de mujeres”, comenta Zhingre.
Y también es importante destacarlo en actos comunes, como cuando una madre de familia pide a una amiga o pariente que le ayuden a recoger a sus hijos de la escuela. “Este simple acto de apoyo ya se enmarca en este término.
Otro ejemplo son las marchas del movimiento feminista para exigir “justicia en los casos de violencia en contra de las mujeres, justicia para las mujeres que son asesinadas”.
Zhingre y Chimba destacan que lo importante es que muchas mujeres aplican este término y se han empoderado de él para visibilizar sus acciones y no naturalizar ciertas prácticas de violencia y agresiones contra las mujeres.