En el interior del museo del Louvre se prohibieron los palos de ‘selfie’ debido a que pueden ser peligrosos para las obras. Foto: AFP
En el baño, en la calle, en un edificio patrimonial o en medio de un accidente de tránsito, las ‘selfies’ o autorretratos se han convertido en uno de los elementos omnipresentes de la contemporaneidad. Ya no solo se trata de inmortalizar la postal del viaje a París o del matrimonio del mejor amigo; en el trasfondo lo más importante es dejar en constancia que uno estuvo físicamente ahí, aun cuando, muchas de las veces, no se logró tener una conciencia real de la experiencia vivida.
En plena época de la postfotografía, término acuñado por Joan Fontcuberta en su ensayo ‘La furia de las imágenes’, las redes sociales se han llenado de fotos en las que progresivamente se ha perdido el color natural de nuestro entorno. Los filtros fotográficos nos han creado una distorsión del mundo (con tonos idílicos e imposibles de alcanzar en medio de la naturaleza) y, sobre todo, de nosotros mismos (creando una falsa imagen de perfección a través de retoques digitales).
En este entorno de imágenes que juegan con la idea de perfección es donde las ‘selfies’ asentaron las bases de su éxito. Mientras más idílica resulte la foto, más popular será la persona que aparezca en primer plano. Así, el álbum fotográfico de ahora ya no guarda aquella nostalgia del momento vivido, sino que se convierte en el espacio donde se proyecta la vida soñada.
Una muestra de esta realidad es, precisamente, el fenómeno Karadashian, en el cual la gente se ha visto envuelta en un círculo constante de publicaciones en Facebook o Instagram que demuestren que uno estuvo allí. Con ello, ya no se valora la experiencia de haber llegado a tal o cual lugar, sino que tan solo se resalta la presencia de la persona en un sitio. Esto nos ha llevado a disparates como publicar ‘selfies’ en lugares como cementerios, espacios que otrora eran exclusivos para el recogimiento.
También están aquellas imágenes virales, como la que se hicieron recientemente unos médicos en plena sala de operaciones de un hospital argentino, violando así la intimidad de su paciente.
Esta necesidad de que los autorretratos aparezcan por doquier también se han convertido en la mejor herramienta para los políticos. En medio de su intento fallido por llegar a la Casa Blanca, Hillary Clinton publicó en sus redes sociales una ‘selfie’ junto a 500 mujeres reunidas en un foro en Orlando, Florida. A un día de estar alojada en Twitter, la imagen alcanzó los 10 000 retuits. Esta fue una estrategia que utilizó también con Kim Kardashian, con quien se hizo una foto similar para llegar directamente a los 75 millones de seguidores de la estrella estadounidense.
La búsqueda de la imagen perfecta y la conquista de la popularidad no solo han sido una estrategia efectiva para los políticos. En el mercado digital, los autorretratos se han convertido en el mejor aliado para disparar las ventas de productos como los pintalabios. Una de las mejores exponentes de esto es Kylie Jenner, quien en el 2016 dio forma al Efecto Jenner, que básicamente consistió en publicar ‘selfies’ en las que daba a conocer los productos que ayudaban a resaltar su belleza. El impacto de fotos de ella y de otros famosos que siguieron su línea de exposición hizo que el mercado de los labiales creciera en un 12% con relación al 2015, generando más de USD 308 millones de ingresos a la industria.
La furia de las ‘selfies’, que solo en Instagram se estiman que llegan a 308 millones de imágenes, creó incluso una línea de pensamiento cuya máxima se reduce a “selfie ergo sum” (autorretato, luego existo). Pero al reducir la existencia a una publicación también ha tenido nefastas consecuencias. En el último número de la revista de la Biblioteca Nacional de Medicina de los EE.UU., investigadores revelaron, con base en reportes de prensa, que entre octubre del 2011 y noviembre del 2017 se registraron 259 muertes en el mundo a causa de ‘selfies’ en lugares peligrosos. Ahogamientos, atropellamientos, caídas en riscos, incidentes con armas de fuego, entre otros, son las principales causas de decesos relacionados con la inmortalización de una foto ‘digna’ de redes sociales.
Aunque políticos, ‘influencers’, narcisistas y vanidosos hayan encontrado en la ‘selfie’ a un aliado para ganar seguidores y exposición en un mundo cargado de información, también existe un ámbito positivo en la realización de este tipo de fotos. Uno de estos casos fue el de Tawny Willoughby, una estadounidense que en abril del 2015 publicó una serie de autorretratos en los cuales mostraba los efectos del cáncer de piel en su vida. Su historia se hizo viral, llegando a ocupar varios de los titulares de los medios de su país. Para mayo de ese año, las búsquedas en Google relacionadas con el cáncer de piel se incrementaron en un 162%, lo que demostró que este tipo de historias pueden dirigir la atención de las personas hacia ciertas problemáticas de salud pública.
En su libro ‘La generación selfie’ (2017), Alicia Eler pone de manifiesto este efecto positivo que pueden tener los autorretratos en la vida de grupos que han sido históricamente marginados . Las anécdotas de los Lgbti, de las minorías raciales, de los inmigrantes y demás han logrado tener, a través de este mecanismo, una mayor exposición y cobertura que la que pueden ofrecer, incluso, los medios de comunicación. De este modo se crea una conciencia social en la cual el ‘me gusta’ de una imagen es también una denuncia social.