La exposición de esta edición del Salón de la Mujer permanecerá abierta hasta el 30 de marzo en la Pinacoteca Manuel Rendón Seminario de la Casa de la Cultura, Núcleo del Guayas. Foto: Gabriel Proaño para EL COMERCIO.
La fotografía de una mujer con el pecho desnudo, sosteniendo un Cristo y tocada con una mitra obispal, recibe al visitante del Salón de la Mujer. La provocación es contrastada justo enfrente de la foto, con una instalación que reflexiona sobre las consecuencias del ejercicio de la libertad sexual sin responsabilidad.
La exposición organizada por la Casa de la Cultura, núcleo del Guayas, lleva por título ‘Soy una mujer de pelo suelto: Mi cuerpo, mis derechos’. En la muestra, que permanecerá abierta hasta finales de marzo, participan 28 artistas con trabajos de pintura, escultura, fotografía e instalación.
El salón gira en torno a la sensualidad de la mujer, sus actividades y proyección social, según la crítica cubana Amalina Bomnin, curadora de esta muestra, que aborda las luchas de género, semánticas poéticas y estéticas más abstractas.
“Me siento una mujer de pelo suelto, lo que significa ir libre por el mundo, ser una mujer empoderada, dueña de sí, responsable”, dice Tamara Mejía, autora de la fotografía Erotismo y religión, una mujer obscena. La foto en la que aparece con el torso desnudo es parte de una serie de autorretratos sobre erotismo y religiosidad, que transitan entre la sensualidad, el pecado, la redención. Las aristas desde las que se puede abordar su obra son variadas.
La imagen conjuga a un mismo tiempo transgresión y crítica, según la artista. “El erotismo y la religión tienen mucho más en común de lo que se cree, por la intensidad de la emoción que representan ambas esferas. Y el placer se potencia con la noción de la prohibición y el pecado”, según Mejía, de 27 años, quien además es crítica de arte.
En la otra acera está Alice’s in Wonderland, obra de la artista plástica guayaquileña María José Félix. La instalación consiste en tres urnas de cristal que contienen tres frascos de colores con los rótulos: “Drink Me”, (bébeme), “Eat Me” (cómeme) y “Throw Me” (tírame).
El primer frasco de vidrio contiene pequeñas botellas de licor y piernas de muñecas en un líquido verde. En el segundo, bocas femeninas nadan en un líquido rojo. El tercero muestra muñecos-bebés en una sustancia amarilla.
Alice’s in Wonderland habla, según Félix, de una cultura de lo desechable en torno al deseo y la visión de la mujer también como un objeto. “En ocasiones -dice- la mujer asume la libertad respecto del cuerpo desde la superficialidad de la autosatisfacción sin límites, con desenlaces a menudo nefastos”.
El Salón de la Mujer presenta abordajes artísticos incluso desde lo digital.
Janina Suárez exhibe La esfinge y mi otro yo, un tríptico que es un ensamblaje de técnica mixta digital. Suárez jugó con filtros de colores a partir de una fotografía suya enfrente de un cuadro de una historieta de Dick Tracy y la Esfinge de Diamantes, que le tomaron en una reciente visita al Museo de Arte Moderno de Medellín (MAMM).
La imagen de la artista se va diluyendo en los tres cuadros, hasta el punto que en el tercero parece un personaje más de la historieta. Las viñetas llevan el fragmento de un poema, Otra realidad, de la colombiana Olga Elena Mattei: “Soy un yo compuesto de tus enigmas y mi ego. Vivo el tiempo como una vida paralela. Y mientras vivo en dualidad ya no percibo cuál es la verdad: si mi realidad es esta trama cotidiana o es este transcurrir mental de tu presencia”.
La obra entra en el marco de la muestra desde la arista del derecho a estar en una relación “y a estar desde tu propio espacio, reclamando un protagonismo frente a la trascendencia que suele tener la pareja en la vida de una mujer”, comenta Suárez.
La exposición también ofrece espacio al grabado con dos obras ejecutadas a partir del calado con punta seca sobre una lámina de acrílico, en una forma de “dibujar” que luego es impresa con tinta sobre papel.
Entre las propuestas de grabado está Clasicismo vs. Modernismo, obra en la cual Daniela Guerra presenta el retrato de una antigua duquesa que -con gesto de fastidio e indignación- saca de cuadro un urinario. La obra hace referencia al urinario que Marcel Duchamp elevó a la categoría de arte al exhibirlo en una galería. Así entró definitivamente en escena el arte conceptual.
“A partir del posmodernismo el arte se prostituye un poco”, observa Guerra, de 26 años, y estudiante del ITAE. “Mi
obra es una suerte de alegato a favor del rescate de los valores de maestros que lograron obras inmortales”.