Nicolás Sinaluisa conserva la tradición de la tejer los ponchos de Cacha. Foto: Cristina Márquez / El Comercio
El entramado de tonos blancos entre los hilos rojos del poncho es la característica que distingue a las prendas manufacturadas en Cacha, una parroquia indígena de Chimborazo, de las que tejen otras culturas indígenas del país.
Antaño, los ponchos se tejían en telares artesanales de cintura con hilos de lana de borrego. Hoy también se manufacturan en telares modernos y con hilos sintéticos que son más suaves al tacto y más livianos. Pero lo que no ha variado son los tonos rojos y blancos, y las chakanas andinas en el entramado.
La chakana es la representación de la cruz andina, un símbolo de sabiduría y ciencia para la cosmovisión andina. Está relacionada con los cuatro puntos cardinales, los cuatro elementos de la naturaleza (fuego, tierra, aire y agua), y antiguamente también era un instrumento para planificar la siembra y la cosecha de los productos agrícolas, debido a que funcionaba como un calendario. “Llevamos nuestra sabiduría ancestral en nuestros ponchos”, afirma Nicolás Sinaluisa, un tejedor de Cacha.
Él es uno de los pocos artesanos que aún subsiste del tejido. La mayoría de tejedores de esa parroquia, ubicada a 20 minutos de Riobamba, cerró sus talleres debido a que el negocio dejó de ser rentable cuando las grandes industrias textiles entraron al mercado local.
“Fabricar un poncho nos tomaba al menos dos semanas. Había que preparar la lana, teñirla y luego tejerla con mucho cuidado en los telares, pero en las fábricas podían hacer cientos de ponchos en un día de trabajo”, cuenta Sinaluisa.
Él retomó el oficio en el 2002, cuando estuvo cerca de extinguirse. Su objetivo era recuperar la tradición y, además, enseñar a los niños del instituto Adolfo Kolping cómo manufacturarlos. En su taller se elaboran ponchos para ocasiones como la investidura de los personajes de Pawkar Raymi.
La familia Congacha retomó recientemente el antiguo oficio del jefe de hogar, Pedro. Él tejía ponchos, bayetas y fajas desde los 8 años, pero dejó de hacerlo debido a una enfermedad que afecta a la zona lumbar.
“Mi padre me preguntó qué pensaba hacer con los antiguos implementos de su taller. Ese día decidí que debía continuar su legado”, cuenta Franklin Congacha, de 25 años.
Él decidió transformar el pequeño taller de ponchos en un emprendimiento moderno y con un menú más amplio. Ahora la familia manufactura, además de las prendas originarias, artículos decorativos como manteles, cubrecamas, rodapiés.
Las decoraciones están hechas con los mismos textiles de los ponchos tradicionales de Cacha y se comercializan a través de las redes sociales. El propósito de la familia es posicionar los tejidos andinos y generar empleo en Cacha.