El mono de Chongón aparece en la plaza del pueblo. Estaba vinculado a cambios de estación en la época precolombina. A 150 metros del mono está San Jerónimo en una iglesia en reparación. Fotos: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
El historiador guayaquileño José Gabriel Pino Roca (+) describía en 1930 al ‘mono fiero’ de Chongón, como el grotesco simulacro de un simio, en actitud de saltar, groseramente tallado en piedra gris dura y rugosa.
La pequeña efigie, que ciertamente denota un punto de fiereza, luce ahora una capa de pintura café, pero sigue enclavada en la plaza del pueblo. Está ubicado a 150 metros de la iglesia que los dominicos le dedicaron a San Jerónimo.
En el libro ‘Leyendas y tradiciones, y páginas de historia de Guayaquil’, Pino Roca recoge la historia de una legendaria relación entre el mono y San Jerónimo, el santo de esa parroquia rural de Guayaquil, ubicada a 26 kilómetros del casco urbano de la urbe.
El relato del historiador, que en cierto punto roza lo jocoso, transita entra la fábula y la historia. En el pueblo reconocen la tradición de besar la cola al mono en busca de suerte –ahora es difícil alcanzar la estatua debido a su altura-, pero muchos de los consultados desconocen la vieja disputa entre el San Jerónimo y la talla de piedra precolonial.
Cuenta el historiador que los padres dominicos que llegaron a la comarca para cristianizar a los aborígenes, encontraron una comunidad que mantenía culto a muchos ídolos, tallados en piedra, a los que celebraban frecuentes y pomposas festividades. Con el fin de desterrar la ‘idolatría’ optaron por desaparecer la antigua escultura del mono.
Los indígenas, que ya asistían a misa, pero no cesaban de pagar culto también a sus ídolos de piedra, se agruparon en actitud belicosa alrededor del mono, resuelto a impedir que los curas se lo llevaran.
“De este modo siguieron, San Jerónimo en su altar, y el mono en la plaza; y los chongones distribuyendo sus devociones entre uno y otro”, cuenta Pino.
Meses después del frustrado intento optaron por arrancar al mono durante la noche y arrastrarlo con cautela al monte vecino. Pero en la mañana, cuando los religiosos se disponían a oficiar la primera misa del día no había en la iglesia un solo nativo.
El nuevo día trajo otra sorpresa: también San Jerónimo se había fugado de su altar. Todas las viviendas del pueblo fueron registradas; pero, en ninguna, se encontró la efigie.
Los soldados españoles encontraron la escultura del santo montaña adentro, bajo un frondoso mango, y junto al mono que había sido arrebatado de la plaza. El santo patrono volvió al altar.
Dos días después amaneció también enclavado en su lugar de la plaza, frente a la entrada de la iglesia, el viejo dios de los chongones, sin poder averiguar cómo se había trasladado.
Los nativos volvieron a entrar a la iglesia y tras la misa se aproximaban también al ídolo de piedra.
Al cabo de 20 días el doctrinero dominico hizo transportar en sigilo al mono fiero, que fue eterrado de noche en un pozo. Pero con ello, San Jerónimo volvió a desaparecer de su altar, a pesar de las prevenciones.
Fue fray Baltazar de la Cava, quien mandó a cuatro hombres a cavar en el sitio donde habían ocultado al mono y en donde encontraron también la efigie del santo, sellándose así un pacto de ‘amistad’ que perdura hasta hoy.
Melvin Hoyos, historiador y director de Cultura del Municipio de Guayaquil, le otorga crédito a la historia, que ‘probablemente’ tuvo una base real.
Y dice que en la colonia los evangelistas usaban a los ídolos para moldear la devoción de los nativos.
El arqueólogo Carlos Cevallos Menéndez (+) decía que la piedra en el altar de la iglesia de Chongón, actualmente en remodelación, era un espejo de oxidiana, piedra pulida utilizada por los huancavilcas.
Aunque Hoyos subraya que en el mismo libro de 1930, José Gabriel Pino Roca, que creó la leyenda de Guayas y Kill, aparece por primera vez un relato inserto en la memoria colectiva, pero que no cuenta con ninguna base histórica, según el Director de Cultura.
El arqueólogo Jorge Marcos Pino cuenta que cuando era niño lo llevaron a Chongón a besarle el rabo al mono, “en una especie de bautismo cultural”. Se refiere a la historia que escribió su abuelo como una ‘tradición’.
Las tallas de piedra como el mono de Chongón o el San Biritute de la comuna Sacachún, en Santa Elena, corresponden a marcadores de tumbas, dice el arqueólogo.
El mono y los caimanes son algunos de los íconos representados, según Marcos. “Los huancavilcas, que vivieron en los alrededores de Chongón y Portoviejo, los consideraban marcadores de identidad, de territorio, de ancestralidad, porque estas piedras están también en las tumbas”.