El escritor y político ruso Eduard Limónov falleció el miércoles pasado, a los 77 años de edad. Foto: AFP
El miércoles 18 de marzo de 2020, unas horas después de que los medios rusos confirmaran su muerte, el escritor y catedrático español Jorge Carrión escribió un tuit en el que se leía: “Ha muerto Edouard Limónov, tal vez el único escritor de la historia que será recordado por un libro que no escribió”.
El libro al que hace referencia Carrión lleva por nombre ‘Limónov’ y fue escrito por Emmanuel Carrère. Con esta obra, publicada en el 2011 por la editorial Anagrama, el autor francés ganó el Prix de Prix a la mejor novela francesa, el Premio Renaudot y el Premio de la Lengua Francesa de ese año.
Gracias a esta biografía novelada, las nuevas generaciones de lectores tuvieron acceso a la vida de uno de los escritores más polémicos de la Unión Soviética, pero también al ecuador de la cultura ‘underground’ de un país que, durante décadas, sostuvo a una estructura cultura que respondía al oficialismo.
En la URSS habitaron dos tipos de autores: los ‘ingenieros del alma’, como Stalin llamó a los escritores que eran parte de la literatura oficial, entre ellos Máximo Gorki, Aleksandr Fadéyev, Nikolái Tíjonov y Konstantín Fedin, y los escritores disidentes como Aleksandr Solzhenitsyn, quien pasó 10 años recopilando, en secreto, testimonios de 227 presos políticos para escribir uno de los libros imprescindibles del siglo XX, ‘Archipiélago Gulag’.
En medio de este contexto literario aparece Eduard Limónov (Dzerzhinsk, 1943), un poeta que se negó a convertirse en un ‘ingeniero del alma’, pero que nunca renegó de la existencia de la Unión Soviética y un novelista que cuando fue llamado disidente, por vivir en Nueva York y París, negó tener los privilegios de escritores como Joseph Brodsky o Vladímir Nabókov.
Del primero dijo que después de llegar a EE.UU. se había convertido “en el niño mimado de toda la alta nomenclatura intelectual de Occidente, desde Octavio Paz hasta Susan Sontag” y del segundo, “que es un gran artista, pero es profesor universitario, un parnasiano y a la vez un cerdo hipócrita”.
Limónov creció en medio de un ambiente cultural, en el que lo ‘underground’ era visto como una sospecha de querer propagar, por medio de libros, de discos o hasta prendas de vestir ‘peligrosos virus’ occidentales y de sacar del país textos de disidentes. Lo correcto y deseable, por parte de Stalin, era que los artistas se unieran, de forma activa, a la Casa de la Cultura de la Unión Soviética.
Limónov, como lo cuenta Carrère, comenzó su camino en la escritura como un poeta. Aspiraba a convertirse en uno de los héroes literarios de la Unión Soviética. Salió de su ciudad natal y se fue a Moscú. Allí se dio cuenta de que nunca viviría de sus poemas, aunque durante un tiempo se convirtiera junto a su novia en el centro de la bohemia moscovita.
Entonces decidió, muy a su pesar, dejar la URSS. Aún no sabía que su vida en Estados Unidos y Francia iba a inspirar sus mejores novelas y que al final de su vida no solo sería considerado un escritor de culto sino también un político lleno de polémicas.
En Nueva York, Limonóv estuvo en fiestas con Andy Warhol, Susan Sontag, Truman Capote y congresistas de todas las filiaciones políticas; se convirtió en un vagabundo que dormía en parques, donde tenía relaciones sexuales con afroamericanos, y en mayordomo de un millonario. De estas experiencias apareció su trilogía ‘Eduard en América’: ‘El poeta ruso prefiere a los negrazos’, ‘Diario de un fracasado’, e ‘Historia de un servidor’.
Como era de esperarse, estos libros fueron vetados en la URSS, pero tuvieron eco en los jóvenes lectores de la época, entre ellos Carrère. En París Limónov escribió como poseso, a razón de un libro por año. Seguía pensando que aún podía convertirse en un héroe de su amada Unión Soviética.
De Francia emigró hacia los Balcanes, donde tuvo experiencias místicas y apoyó hasta las últimas consecuencias a la causa serbia. De regreso a la Rusia poscomunista fundó un partido nacional bolchevique que fue prohibido y acabó en la cárcel acusado de golpe de Estado. En aquel encierro volvió a los libros y escribió ‘La otra Rusia’ y Tiro de gracia’. Al salir se convirtió en opositor de Vladímir Putin.
No es casual que Carrère comience su libro con una frase de Putin: “El que quiere restaurar el comunismo no tiene cabeza; el que lo eche de menos no tiene corazón”. Uno de los pasajes está dedicado a hablar de aquel es exoficial del KGB, que había empezado su carrera en los servicios de información de Dresde, en Alemania del Este y que una vez repatriado de emergencia, porque ya no existía Alemania oriental, se encontró sin empleo ni alojamiento pagado, así que tuvo que trabajar de taxista sin licencia en su ciudad natal.
La vida de Limónov, contada con maestría por Carrère, no solo es el retrato de un ser humano complejo, ambiguo y estrambótico, sino la de una nación en la cual no todo era monocromático, como quería mostrar el Estado.Como dijo el historiador Martin Malia: “El socialismo integral no es un ataque contra abusos específicos del capitalismo, sino contra la realidad. Es una tentativa de abolir el mundo real”. Quizá, sin proponérselo, lo que hizo Limónov, a través de su literatura autobiográfica, es precisamente abrir un hueco en aquel muro cultural cerrado bajo cuatro llaves.