Las tres últimas novelas de Jonathan Franzen se han convertido en un espejo de la sociedad estadounidense. Foto: Archivo
Su trabajo, durante las tres últimas décadas, ha consistido en destripar la vida de la clase media de la sociedad estadounidense. Se ha dedicado a hurgar en la psiquis de sus contemporáneos para mostrar, a los lectores, sus formas de pensar, sus miedos, sus apetitos, sus fascinaciones y sus frustraciones.
A través de ‘Las correcciones’ (2001), ‘Libertad’ (2010) y ‘Pureza’ (2015), el escritor Jonathan Franzen ha armado, sin duda, el tríptico literario más importante de lo que va del siglo XXI.
Franzen compone el gran retrato de la sociedad estadounidense de la era Bush y Obama. Al igual que lo hicieran, en el pasado, escritores como William Faulkner, Jhon Dos Passos, John Kennedy Toole, Thomas Pynchon y, su mejor amigo, David Foster Wallace. El ‘gran novelista americano’ -nombrado así por la revista Times en el 2010- coloca en esta fotografía literaria a personajes cuyas vidas aparentemente ‘normales’ permiten al lector tener una visión gran angular de la economía, la política y la cultura de los EE.UU.
Este es un retrato literario, donde se esbozan las psicopatologías de tres familias dislocadas; los Lambert, en ‘Las correcciones’; los Berglund, en ‘Libertad’; y la familia de Purity Tyler, en ‘Pureza’.
Franzen, un escritor de 56 años nacido en Chicago, convida al lector a repensar cómo esa suma de pequeños mundos particulares, inofensivos a la vista de los grandes poderes económicos y políticos, va tejiendo el entramado de una sociedad que el sociólogo polaco Zygmunt Bauman define como líquida, por la velocidad en la que se producen los cambios sociales pero, sobre todo, por los cambios tecnológicos.
En ‘Pureza’, la última pieza de este tríptico literario, Franzen abre territorios. En ‘Las correcciones’ y en ‘Libertad’ sus personajes se habían anclado en el Medio Oeste. En su nueva novela, los protagonistas están en el Berlín bipolar de la Guerra Fría, en los valles californianos gobernados por una legión de ‘geeks’ multimillonarios y en las selvas bolivianas donde funciona el Sunlight Project, una organización dedicada a revelar secretos de personas, corporaciones y gobiernos.
Si después de algunas décadas a un sociólogo o antropólogo post-post moderno se le antojase estudiar a los jóvenes de clase media estadounidense de la segunda década del siglo XXI su mejor referencia sería Purity Tyler.
La joven veinteañera, de nombre dickensiano, vive agobiada por el pago de los USD 130 000 que obtuvo como préstamo para estudiar la licenciatura que cursó en la universidad; el tedio que vive en su trabajo como telefonista y la apática relación a distancia que mantiene con su madre.
Conocer las angustias que Purity Tyler vive en la casa okupa que comparte con un puñado de amigos, la búsqueda infructuosa por averiguar la identidad de su padre o la extraña relación que mantiene con Andreas Wolf, una especie de Edward Snowden o Julian Assange versión estrella de Hollywood, hace pensar que esta vez la intención de Franzen es conectar el mundo privado de los estadounidenses con asuntos de debate actual más globales como la pérdida de la intimidad.
En ‘Pureza’ se habla del uso excesivo de los teléfonos inteligentes; la conservación del medio ambiente; la relación entre el periodismo tradicional y los filtradores de información; la proliferación de armas nucleares pero, sobre todo, del consumo de drogas ilegales. “El deseo de consumir drogas por parte de la clase media estadounidense -dice uno de sus personajes-, ha proporcionado el capital necesario para construir algunas de las empresas más sofisticadas y eficaces de la Tierra”.
En esta reflexión sobre el fracaso absoluto de la guerra contra las drogas, Franzen hace un guiño a sus lectores más jóvenes y nombra a ‘Breaking Bad’, una de las series de televisión más populares de los últimos años, que aborda la problemática del consumo y tráfico de las metanfetaminas.
Si en ‘Las correcciones’ Franzen aborda el mundo de la depresión y la inestabilidad emocional a través de Gary, Chip y Denise, los hijos del matrimonio Lambert; y en ‘Libertad’ se sumerge en la cuestión del juego moral en la era post 11-S gobernada por la administración Bush, a través de Patty y Walter Berglund; en ‘Pureza’, el autor va en busca de un concepto maniqueo, la verdad.
Esa verdad encarnada por Purity, quien concibe la posibilidad de mejores días.
Los críticos de Franzen han señalado que en su afán de escribir la ‘gran novela estadounidense’ este autor ha usado demasiadas descripciones para perfilar la vida de sus personajes.
Una herencia que para nadie es ajena y que le resulta de lo más cómoda. Escribir bajo las claves estilísticas de la novela decimonónica es para Franzen la única manera de que la narrativa contemporánea puede sobrevivir en el líquido siglo XXI.
Si uno se acerca con sigilo y mucho cuidado a ese tríptico literario creado por Franzen, a lo largo de más de dos décadas, ese halo tragicómico que atormenta a sus personajes y esa agonía con que retrata toda una época se vuelve más clara, y hasta más cercana.
Al final, en el último cuadro, se puede atisbar un halo de esperanza. Un mundo globalizado que todavía está dividido por dicotomías como la planteada entre demócratas y republicanos.