La vegetación es el lugar ideal para la vida de los animales silvestres de esta zona, como conejos y lobos. Foto: Francisco Espinoza para EL COMERCIO
Una vertiente de agua, que fluye en las faldas del volcán Imbabura, es protegida con celo por los pobladores de la comuna kichwa karanki de Cashaloma, en el suroriente de Ibarra.
Esta fuente es el único lugar que asegura el líquido para las 253 familias que habitan en la parte alta del coloso. Curiosamente, los rústicos pajonales que cubren este corredor natural, que se extiende en el Imbabura y colinda con el monte Cubilche, permanecen secos la mayor parte del año.
Margarita Pupiales, presidenta de esta parcialidad, recorre periódicamente los senderos de este territorio comunitario, que abarca aproximadamente 180 hectáreas.
Una tarea parecida realizan, por turnos, los dirigentes del cabildo, vigilando que no haya incendios forestales o que personas ajenas al sector dejen basura, en especial plásticos.
Unos hilos de agua, cristalina y fría, brotan de la denominada fuente Toma Uku, ubicada a 3 466 m de altitud. A este lugar se accede caminando por una empinada pared de la montaña, cuyo sendero se extiende por dos kilómetros.
Pero si escalar es un reto, lo es aún más para los campesinos que, desde hace dos meses, llevan al hombro arena, cemento, varillas de hierro, entre otros, para construir un estanque en la toma.
En esta zona, el viento es implacable. La geografía está compuesta por gigantes rocas, posiblemente expulsadas en una de las últimas erupciones del Imbabura.
El proyecto de Cashaloma, para mejorar el sistema de agua, cuenta con la asistencia del Instituto de Ecología y Desarrollo de las Comunidades Andinas (Iedeca) y de la Junta Parroquial de La Esperanza. La primera es una organización no gubernamental que asesora y apoya en la intervención de sistemas de agua.
En el momento, se interviene en 14 de las 46 comunidades del pueblo Kayambi. Uno de ellos es Cashaloma. Byron Aceldo, técnico del Iedeca, explica que se hará una rehabilitación integral: a más de la captación, se mejorará la planta de tratamiento, líneas de conducción y válvulas. “La idea es que cuenten con agua en cantidad y calidad”, señala Aceldo.
Sus habitantes, que se dedican a la agricultura, crianza de animales menores y artesanías, están tranquilos porque las lluvias retornaron. Con eso habrá provisión de agua para el consumo humano y para los cultivos, pues no cuentan con sistemas de riego.
Los habitantes de esta parcialidad aún recuerdan que hace dos años hubo una sequía. Los adultos mayores recomendaron a los jóvenes atraer las lluvias a través del Wachakaray. Se trata de una ofrenda de alimentos, acompañado de rezos y cánticos, para pedir a la Pacha Mama (madre tierra), al Taita Imbabura y a Dios por el regreso de las aguas.
Por lo pronto, Tránsito Colimba, una de las comuneras, comenta que no habido necesidad de aplicar el ritual. La montaña es como un paraíso silencioso. Desde este lugar se observa, a lo lejos, como la capital de Imbabura parece unirse a la laguna de Yahuarcocha.
Por la temporada, muchos campesinos suben hasta la cima para recolectar los mortiños y moras, que crecen abundantemente en matorrales, en medio de los dorados pajonales. Los frutos andinos tienen alta demanda por estos días, pues es uno de los ingredientes de la colada morada.
El paisaje está compuesto, además, por arbustos de pumamaqui, yagual y pino. Los guardianes del páramo aseguran que, con algo de suerte, por esta geografía es posible ver conejos, lobos, gavilanes… que habitan en el páramo.
Los campesinos recibieron charlas sobre el cuidado de páramos. Esa estrategia ha dado resultado, pues hace más de cuatro años no se ha registrado una quema forestal, explica Galo Pupiales, presidente de la Junta Parroquial de La Esperanza. Hay comunidades como Cashaloma, El Abra y San Clemente, que están comprometidas con la protección.
“La madre tierra nos da el agua y los alimentos”, asegura Pupiales. Además, en toda la parroquia está pendiente un proyecto para reforestar 736 hectáreas con especies nativas.