Cavar nueve hoyos en la tierra es solo el inicio y la parte más dura del trabajo. En esos agujeros de un metro de profundidad y unos 30 centímetros de diámetro van los puntuales que sostienen las casas de Hogar de Cristo.
Sobre esa base se arma el piso, de unos 25 metros cuadrados. Luis Távara, director social de la corporación, describe esta primera fase como una mesa gigante que luego terminará de tomar forma al sostener las paredes de caña y la estructura para el techo de zinc.
Los voluntarios de la organización repitieron esa tarea una y otra vez, con sol o lluvia, y caminando largas distancias para llegar a los sitios recónditos de Manabí y Esmeraldas. Fue una misión que empezó al día siguiente del terremoto del 16 de abril del 2016, cuando la tribu verde -como les dice Távara por el color de las camisetas que los caracteriza-, emprendió la tarea de devolver los hogares que el sismo arrebató a cientos de familias.
Todas esas experiencias se reconstruyen en ‘Pedernales 16A, el terremoto por dentro’. Es un libro de 270 páginas que, entre fotos y testimonios, hace un recorrido por el panorama de destrucción que luego se convirtió en esperanza con la edificación de viviendas de madera y caña en las zonas más afectadas.
Távara es el autor. La mañana del miércoles 23 de agosto de 2017 presentó el texto que estructuró durante los últimos seis meses. “Hay muchas historias que nos han construido como seres humanos. El libro también cuenta la tragedia que había significado construir trampas mortales en vez de viviendas seguras”, dijo.
Pedazos de bloques resquebrajados, paredes cuarteadas, montañas de escombros… Es lo que se aprecia en las fotos iniciales.
El terremoto de 7.8 grados en la escala de Richter causó la muerte de 671 personas. Según la Oficina de la ONU para la coordinación de Asuntos Humanitarios, hubo más de un millón de afectados, como cita el autor.
Muchos quedaron atrapados bajo estructuras de cemento, que sucumbieron ante la intensidad de uno de los fenómenos naturales más severos que ha afrontado Ecuador en su historia. “Por el contrario, el comportamiento de la estructura de las casas de bambú fue el reverso de la moneda -narra en uno de los capítulos-. La caña guadúa es más resistente, más flexible y, por añadidura, más liviana que el acero (…). Por ello decimos que estas casas son ‘sismo indiferente’. Los bloques matan, la caña no”.
Un mes después de la tragedia, el Ministerio de Desarrollo Urbano y Vivienda (Miduvi) registró 24 013 edificaciones con daños en varias provincias del país. Los más de 360 voluntarios de Hogar de Cristo, junto con otras organizaciones civiles, se unieron para armar 2 205 casas y ayudar a las familias a empezar de cero. Ellos aportaron a rehacer barrios enteros.
En Santa Marianita, en el cantón Manta, levantaron las casas de los recicladores. Pero no solo reconstruyeron sus hogares. Junto a ellos pasaron largas jornadas, en medio de cerros de desperdicios donde al final de la semana familias enteras -de cinco miembros o más- obtienen unos USD 60 a la semana.
De experiencias como esta, Távara reflexiona y asegura que el terremoto agudizó la crisis que los pobres ya habían sufrido.
“Muchos de los que perdieron sus casas perdieron también sus fuentes de trabajo, algunas de ellas aún sin recuperar luego de un año de la tragedia”, cuenta en una de las páginas.
A esto suma el efecto de las réplicas, que empeoraron el panorama. “De hecho, muchas de las encuestas que hicimos en mayo, y que daban cuenta de casas que aún eran habitables, y por lo tanto no eran prioridad en nuestro plan de ayuda, perdieron vigencia. Luego de las réplicas, una buena cantidad de esas casas también se vino abajo”.
La presentación del libro fue en la Unidad Educativa Javier de Guayaquil, institución que envió brigadas de estudiantes para dar una mano en la reconstrucción. Y contó con la presencia de algunos manabitas, como Fabricio Zambrano, técnico municipal del cantón San Vicente.
“En la información que recogimos al día siguiente del terremoto detectamos 1 158 viviendas destruidas en comunidades rurales y alejadas. De esa cantidad, gracias a la ayuda del voluntariado y demás entidades, hemos cubierto con viviendas nuevas casi a la mitad de las familias afectadas”, dijo Zambrano.
Fuera de las usuales machucadas de dedo, como escribe Távara casi al final del libro, ninguno de los voluntarios sufrió algún accidente que lamentar durante su misión. Bebieron aguas poco claras, durmieron en zonas de alta presencia de dengue y chikungunya, pero nadie se enfermó.
“Un buen día nos pusimos a averiguar el por qué de todo esto y la respuesta no se hizo esperar -cuenta en el texto-. Pero antes de decirlo rogamos la comprensión de los no creyentes, pues deben saber que el voluntariado de Hogar de Cristo se levantó como una respuesta al dolor de quienes sufren, desde nuestra fe en el Señor Jesús”.