Jorge Luis Alvarado y Alberto Banchón laboran en el barrio del Astillero, junto al río Guayas. Aquí se mantiene el tradicional oficio de los varaderos, en el sur. Foto: Enrique Pesantes / El Comercio
Albergan cientos de historias y son testigos de su desarrollo. Los barrios tradicionales conservan la esencia de Guayaquil, la ciudad-puerto que ha emprendido la ruta al bicentenario de su Independencia.
En la década del 30, el barrio Orellana comenzó a esbozarse como un reflejo de la modernidad guayaquileña. Algunas de sus casas patrimoniales fueron diseñadas por el reconocido arquitecto italiano Francesco Maccaferri, quien también levantó el Palacio Municipal.
Jovita y Fátima Lino eran unas niñas cuando llegaron al también conocido barrio de los Empleados de la Caja de Pensiones. Su abuelo pagó 700 sucres por la casa que heredaron junto a la calle Luis Vernaza. “Era una zona residencial, silenciosa. Ahora hay más bullicio”, cuenta Fátima.
El Orellana limita con el estero Salado, que cedió uno de sus ramales al Garay, el primer barrio suburbano. “Nació en 1930 junto al estero Duarte, que entraba por la calle Aguirre”, recuerda Ricardo Camacho.
El lugar era como una gran isla de casas de caña y puentes de mangle. Ni siquiera tenía vías. Don Ricardo dice que su padre fue el primero en delinear la calle 10 de Agosto.
El Club King, fundado en 1955, es reconocido en el futbolero barrio Cuba. Este sector del sur de la urbe porteña tiene 100 años de existencia. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Esa vía ahora conduce al sur, donde resisten tres barrios centenarios. El Cuba, con su pasión futbolera y ligado al río Guayas, es uno de ellos. Las viejas bodegas de la avenida Domingo Comín son la huella de una de las primeras zonas industriales de la ciudad.
“Había como 30 industrias: piladoras, fábricas de lana, vidrio, tagua y grandes balseras como La Ecuatoriana y La Internacional, que exportaban a Estados Unidos”, rememora Segundo Tábara en la sede del Club Deportivo King, uno de los 20 equipos de fútbol que armó la ‘gallada’ de la época.
Jorge Foulks, parte de esa vieja guardia, atesora las fotografías de quienes jugaron en Barcelona, Emelec y otros grandes equipos que desaparecieron con el tiempo. También conserva una foto del famoso tenista Francisco Segura Cano, quien vivió en la calle que ahora lleva su nombre.
Esa transitada vía se interna en el Centenario, levantado desde 1919 como un homenaje por los 100 años de la Independencia de Guayaquil. Este fue el primer barrio residencial, producto del boom cacaotero.
Hoy, sus casonas con escalinatas y antejardines lucen desoladas. “Aquí vivió mucha gente de renombre que con el tiempo se fue. Quienes amamos al barrio nos quedamos”, dice María Isabel de Lertora.
Ricardo Camacho revive la historia del barrio Garay, en el suroeste. Antes era conocido como el barrio de los Tres Puentes, junto al Salado. Foto: Enrique Pesantes / EL COMERCIO
Ella y sus hijos son los propietarios de La dolce vita, un icónico restaurante de comida italiana. Quienes se fueron regresan solo por sus helados, algunos tan guayacos como los de grosella y pechiche.
Un poco hacia el centro, la tradición naval de Guayaquil sale a flote en el barrio del Astillero. Los cabos y redes copan la fachada del negocio de Jorge Luis Alvarado, una de las ferreterías navales que sobrevive.
Estos locales abastecen a los tres varaderos que mantienen el oficio que ancló en esta zona a inicios del siglo XX. Alberto Bachón es experto en hidráulica y por estos días da mantenimiento al sistema de gobierno del Buque Escuela Guayas, un equipo que permite girar la pala para direccionar al barco.
“Con nuestra labor tratamos de mantener la esencia de esta ciudad portuaria, aunque ya no es como antes”. Por aquí, 40 años atrás, Banchón veía avanzar las barcazas con productos hacia el viejo Mercado del Sur. Y se oía el pitido de los lanchones anunciando su llegada al malecón Simón Bolívar.