Una familia salasaka preserva el hilado, tejido y bordado

Francisca Masaquiza trabaja en el telar familiar. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO

Francisca Masaquiza trabaja en el telar familiar. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO

José Chango es un experto artesano dedicado al tejido de las prendas de vestir de las mujeres de Salasaka. Fotos: Glenda Giacometti / El Comercio

Las bayetas y los anacos que visten Francisca Masaquiza y su hija Soledad Chango, de la parroquia Salasaka, están elabocomuniradas con la lana de borrego que procesan en su taller, ubicado en la comunidad indígena Wasalata.

Se encargan del hilado y luego esa materia prima pasa a los telares de madera, donde José Chango, esposo de Francisca y padre de Soledad, teje las prendas que utilizan las mujeres de esta comunidad, ubicada en la vía Ambato-Baños, en Tungurahua.

La vestimenta de las mujeres se complementa con una blusa blanca que lleva bordados con hilos de colores, el chumbi y un sombrero de paño color negro. Los hombres usan un poncho negro, pantalón y camisa blancos y un sombrero negro.

Francisca cuenta que su madre le enseñó a hilar desde pequeña con el wango (madero grueso, donde se almacena la lana). El secreto de esa técnica es ir desprendiendo con los dedos pulgar e índice las delgadas fibras, que son envueltas en un sigse largo y puntiagudo que hace girar con los dedos de su mano derecha.

A Francisca, el hilado para la confección de dos anacos de tres varas y media cada uno toma todo un año. “Se necesitan al menos cuatro ovillos de lana para tejer la prenda que viste la mujer Salasaka y, por eso, es costosa; un anaco puede venderse hasta en USD 200”.

José Chango se siente orgulloso, porque su familia guarda los saberes del hilado, del tejido y del bordado de las prendas de vestir las mujeres salasakas. Todos esos conocimientos son conservados y trasmitidos, con ayuda de su esposa.

Francisca Masaquiza trabaja en el telar familiar. Foto: Glenda Giacometti / EL COMERCIO

Su hija Soledad es una experta en bordar las prendas que su padre teje en los telares rudimentarios que él armó; lo construyó con la madera de un viejo árbol de capulí.

José cuenta que este oficio lo aprendió de su primo Manuel Chango, a los 12 años. También perfeccionó sus conocimientos en los tejidos de las chumbis o fajas, puesto que su progenitor era uno de los mejores tejedores de estas prendas en el pueblo.

Soledad está empeñada en continuar con la tradición del bordado a mano, que le enseñó su madre. En sus diseños usa colores como el rojo, verde, amarillo, azul, lila, blanco y negro, para dar vida a sus creaciones juveniles. Adicionalmente, abrieron un almacén para la comercialización de las prendas en el centro de la parroquia Salasaka.

Son diseños nuevos, juveniles y con una combinación de los colores primarios; por eso tienen una gran demanda, dice. “En los bordados está plasmado nuestro amor a la Pacha Mama o Madre Tierra”, manifiesta Soledad.

Los artesanos permanecen de seis y hasta ocho horas diarias en el trabajo para diseñar cada una de sus creaciones innovadoras, especialmente en los bordados que están relacionados con la naturaleza.

Además, los ríos, los chaquiñanes, la flor de maíz, las frutillas, las montañas, los animales andinos y las aves, que son graficadas en las prendas de color blanco que visten con orgullo las niñas y las jóvenes de Salasaka.

“Nuestros diseños son coloridos y diferentes a los que realizan otros artesanos, nosotros constantemente nos renovamos”, cuenta Soledad.

José Chango cuenta que antes de la caída de las Torres Gemelas, en Estados Unidos, se dedicaba a tejer tapices. Cada semana entregaban en Otavalo y desde ahí se enviaba al extranjero. “Nos faltaban manos para tejer, cada uno vendíamos a USD 20”.

Sin embargo, con la destrucción de los edificios gigantes bajó el negocio y desde entonces se dedicó a la elaboración de las bayetas, ponchos y anacos en sus tres telares. La venta de las prendas de vestir ayuda a financiar los gastos de alimentación, vestimenta y estudios de su familia.

Afirma que el tejido de una bayeta de 1,10 metros demora un día, mientras que el bordado 15 días. “Entre el tejido de las bayetas y el complemento del bordado a mano puede tardar entre 15 y 20 días. El costo de esta prenda va acorde con la complejidad del bordado”.

El ritual se inicia con el esquilado de los ovinos, que se realiza cada año y medio. “Mi madre sabe con exactitud el día que debe esquilar a la oveja, primero la bañamos y luego cortamos. Tras el lavado de la lana se escoge y se elabora el wango para hilar”.

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