Fabián Corral, en su casa en Quito; en 1999 cruzó toda la serranía ecuatoriana montado a caballo. Foto: Galo Paguay / EL COMERCIO
Fabián Corral es un abogado destacado y ha formado a generaciones de sus colegas en las aulas universitarias. Es, también, columnista de este Diario. Pero si él tiene que definirse, no dudará en decir que es un hombre de libros y de campo. Eso hace que busque un equilibrio entre la ciudad y la naturaleza. Y una de sus misiones de vida ha sido impulsar la recuperación del campo, del que nos hemos ido distanciando, pese a que ha sido un valor esencial en la historia del país.
¿Cómo es este alejamiento?
El distanciamiento se ha ido afianzando en los últimos años y ha implicado la pérdida de algunas aficiones; ha adquirido determinados tipos de visiones que, en buena medida, son excesivamente pragmáticas. Se lo ve como un factor de explotación económica, pero se ha perdido esa visión del campo como un espacio de encuentro con la naturaleza, con las personas que viven allí y con un concepto que se ha devaluado profundamente y que resulta ser un lugar común: el paisaje.
¿Y qué es el paisaje?
El paisaje es la dimensión humana de la naturaleza, que, en el fondo, no necesita de nosotros. En los sitios donde no hay gente, la naturaleza sigue siendo naturaleza. No depende de nuestra palabra, de nuestra reflexión ni de nuestra incursión. Simplemente está ahí. Y eso es un valor enorme. Cuando la gente descubre la naturaleza, se vuelve paisaje, que es tiene el agregado humano, afectivo e intelectual. Se ve con inteligencia la naturaleza. Hay gente que no entiende el paisaje: le da lo mismo ver una mañana espléndida en Los Andes que mirar un centro comercial.
Y eso es un problema…
Sí, es un problema humano porque incide mucho en una visión extremadamente mercantil. No digo que no sea un recurso económico, pero no es solamente eso. Es, ante todo, un recurso espiritual, la dimensión del sitio en que estamos, en que vivimos y en donde están nuestros muertos. El paisaje es una construcción cultural. Está ahí, espléndida, pero cuando uno la mira, la descubre y la valora, esa naturaleza se convierte en paisaje.
Usted escribió un libro: ‘Viaje a un país olvidado: Ecuador visto desde el caballo’. ¿Qué le da mirar ese país olvidado desde el caballo?
Es un tema de estatura y esta implica una perspectiva diferente. No es la misma de la que se tiene de a pie. El viaje a caballo se hace entendiendo el camino porque no es a toda velocidad como por autopista y el paisaje se ve como una cosa sumaria. No se aprecian los detalles, los cambios de la geografía ni los cambios de la gente. Se ve la carretera, nada más, y el propósito es llegar a destino. A caballo, eso se trastoca porque uno se ve obligado a lo que yo llamo ‘ese modo de andar’, el paso caminero. Así es como se va descubriendo el camino y lo que está anexo a ese paisaje. Uno encuentra que junto al sendero hay cercos de cabuya, pajonales, ciénagas…
Cosas que hemos olvidado…
Nos hemos desconectado del país rural, del otro lado de la gente. No es lo mismo llegar a un pueblo cualquiera perdido en Los Andes en un vehículo que a pie o montado. Lo descubres desde una perspectiva más calmada. Uno aprecia el valor de los balcones viejos, de los techos de teja -que se han ido deteriorando-, de los zaguanes y, sobre todo, el valor de la dimensión humana.
¿Cuál sería el valor de un zaguán o de una teja?
Tienen una dimensión histórica evidente. Es la mejor expresión del mestizaje. La casa del campo tiene elementos indígenas y españoles, como la teja. Esas casas viven hacia adentro, al patio. Y el acceso a ese espacio de vivencia y de vivienda del patio central es el zaguán, que es amplio, es como un abrazo. Invita a entrar. Es un símbolo de hospitalidad.
Ha cruzado el país montado a caballo, como en los viejos tiempos. Eso no es para cualquiera.
Hay que tener vocación. Es un tema esforzado; no diría heroico. Hay que tener cierta habilidad con el caballo: costumbre, estado físico en ese tipo de equitación y, además, algo que se ha perdido: la paciencia.
¿Y la relación con el animal?
Uno se hace cargo del caballo, de un ser vivo. Debe cuidarlo, preocuparse de él, dotarle de comida, de agua y entender el ritmo al que va, que es lo que mucha gente no hace. No se puede abusar del animal y hay que captar la vocación de andar del caballo. Eso me permite saber cómo voy y cómo va ese compañero de viaje.
¿Además del conocimiento del animal, el del camino?
En 1999, cuando crucé el país, lo hice a base de mapas del IGM, de referencias de los antiguos viajeros y, sobre todo, con el auxilio de un personaje sumamente interesante, que es el guía. Es un campesino, un chagra, un vaquero que conoce la zona. Ir sin él es una enorme imprudencia porque no se sabe dónde puede haber un pantano. Y si te quedas en el pantano, te quedaste… Por lo menos pierdes el caballo. Sin el guía, se puede calcular mal el tiempo -cuyo sentido en el campo es distinto-, perderse o anochecer en el camino, lo cual no es bueno.
¿Hubo un caballo ecuatoriano?
Claro, el caballo criollo ecuatoriano. Los españoles llegaron a América con sus caballos, que eran los de guerra y con origen berberisco. Se establecieron criaderos en el Caribe que sirvieron para la conquista de México, de Perú… Se adapta, se mimetiza y se forma el caballo criollo, como el mesteño mexicano o el llanero venezolano. Ecuador también lo tuvo. A medida que pasó el tiempo hubo mestizajes y aquí no se cuidó el caballo criollo. Argentina preservó el suyo; ahora tiene un raza espectacular para el viaje, trabajo y el deporte.
¿Lo suyo es un intento de recuperación o una nostalgia?
Ambas cosas. Uno ve que el país tiene unos paisajes extraordinarios pero nadie los mira. Miramos los nevados de soslayo. Da lo mismo que esté o no esté. Pero sí creo que sea la urgencia de decir que no dejemos que esto se destruya y se pierda para siempre.
TRAYECTORIA
Abogado, especializado en varias ramas, sobre todo la constitucional. Ha realizado viajes completamente a caballo por la serranía ecuatoriana. Además, lo hizo en Argentina, de Salta a Neuquén. Ha publicado varios libros para entender la ruralidad.
Este entrevista se publicó originalmente en la edición impresa de EL COMERCIO, el 8 de abril del 2021.