La música suena y los pies de los espectadores se mueven de manera inconsciente. Se trata del clásico folclor ecuatoriano, que convoca a grandes y chicos a zapatear. En medio del movimiento de accesorios y trajes típicos, se van descubriendo los rostros de los protagonistas de esta danza. Se trata de una veintena de hombres de todas las edades que se transforman para brindar un espectáculo colorido.
Marco Antonio tiene 37 años y se unió al grupo hace seis meses. Va a los ensayos como una terapia, frente al estrés del trabajo en la ciudad que lo acogió hace ya cinco años.
Vino desde Guayaquil después de la muerte de su pareja. “Prácticamente enviudé. Fueron 10 años que luego quedaron en nada”, dice al contar que su suegra se había apoderado de los bienes que acumularon durante la relación. A pesar de la experiencia, no pierde la sonrisa. Su maquillaje es impecable. Tiene la barba cubierta de escarcha verde y los accesorios están colocados con sutileza. Usa un traje de la cultura Cañari; cuenta orgulloso que sus ancestros vivieron también en el sur del país.
Este conjunto de artistas ensaya los martes y jueves, de 19:30 a 21:30, en la Casa Somos San Marcos. Ellos sienten que allí todas las diversidades son bienvenidas, aunque no sepan bailar.
La propuesta se denomina Ecuador de Colores, y nació para visibilizar a la comunidad Lgbtiq+ del país. En febrero de 2021 se puso en marcha como un proyecto de Edison Anchundia, quien también practica danza desde su adolescencia y dirige otros grupos.
La inspiración vino del ballet México de Colores y de la necesidad de demostrar que “la danza no tiene género”. La fuerza con la que arranca el grupo es energía transformada desde el dolor que sufrió su director al perder a su padre.
“Mi papá era homofóbico; siempre me vio como la maldición de la familia”, recuerda Anchundia. Él es abiertamente homosexual y por años tuvo la idea que formar este grupo. Lo detuvo el rechazo de su padre. Para Marco Antonio, la situación familiar fue diferente. Todos sus allegados saben de su orientación sexual, aún no de su afición por la danza transformista.
Los voy a invitar (a la familia); quiero que me vean bailando y se sientan orgullosos”, añade con emoción. Para él, Ecuador de Colores es una oportunidad única de ser libres y cumplir sueños.
En el elenco no se discrimina a nadie. Hay tres hombres heterosexuales que disfrutan de maquillarse y danzar ritmos ecuatorianos y de Latinoamérica. Es el caso de Pablo Carvajal, de 27 años, miembro fundador. Disfruta del proceso de transformación para “transmitir la energía femenina”. Su rostro está perfectamente maquillado. Lleva largas pestañas postizas y brillos en el párpado. Gracias a la práctica, él mismo se transforma después de practicar en innumerables ocasiones. El tiempo que destina cada participante al maquillaje es de alrededor de dos horas. Carvajal ya tiene soltura y logra terminarlo en una.
Para Marco Antonio, cada paso de sus compañeros es una experiencia necesaria para vivir un sueño que se está haciendo realidad. Lo que más destaca de los ensayos es la posibilidad de ser él mismo con total libertad. El grupo es unido. Entre todos se dan siempre la mano para prepararse antes de salir al escenario. Entre las que más ayudan está Rocío Lara, quien es alumna de Anchundia en otro equipo. También es bailarina y por eso la llaman “el comodín”. Además hace el papel de DJ, maquilladora, vestuarista y asistente, y puede reemplazar a los chicos.
Los interesados en unirse a esta propuesta artística pueden hacerlo a través del teléfono 098 444 1079, de Edison Anchundia, director del grupo de danza.