Enrique Ayala es uno de esos personajes de múltiple participación en la vida nacional. Es historiador, político, profesor y fundó la Universidad Andina Simón Bolívar de Quito. Ha publicado y editado cientos de libros de ciencias sociales, entre ellas, la ‘Nueva Historia del Ecuador’, que generó bastante polémica al inicio.
Se podría pensar que un historiador tiene terror al olvido…
Soy historiador porque siempre tuve una preocupación por las raíces, por saber de dónde venimos desde muy temprano, desde la escuela y el colegio. En Ibarra hay un hecho fundamental que divide su historia: el terremoto de 1868. Siempre me interesó oír de eso. Había una viejita que nos visitaba: mama Nicolasa. Era una niña superviviente del terremoto y murió con más de 100 años. Era la memoria del horror, de la violencia, del esfuerzo y de los sacrificios. La memoria ha sido un gran desafío y cuando comencé a estudiar sistemáticamente la vida de Ecuador, me pareció que la historia tradicional nos ocultaba mucho. La memoria sobre la gente del pueblo, las mujeres, indígenas, trabajadores e incluso de la cotidianidad estaba escamoteada. Cuando comenzamos, como una generación, a escribir la Nueva Historia tratamos de rescatar el protagonismo de estos sectores.
Mucha gente cuestionó la publicación de la ‘Nueva Historia’.
Es que no es solo un libro, sino una tendencia que se generó en los años 70. Lo comenzaron personas que ni siquiera eran historiadores, como Agustín Cueva, Fernando Velasco y Osvaldo Hurtado. Unos años después despertó una generación que optó por una tarea crítica sobre la historia. No fue un revisionismo, sino una crítica de la historia tradicional vinculada con las grandes biografías de los notables. Jorge Salvador Lara, que era mi profesor, nos golpeaba en cada clase. Pero nosotros rechazábamos su idea de los “hombres guía”.
¿Qué decían las críticas?
Que era una historia comunista. De los 82 autores, dos o tres lo eran. Había unos cuantos socialistas, pero en general era gente progresista, que no tenía una identificación política militante, pero que reconocía que el marxismo había aportado un método que permitía entender la historia. Ya había la nueva historia británica o la escuela de los anales de Francia y un movimiento muy latinoamericano. En esa época se publican las nuevas historias de Colombia, de Perú y de Bolivia. Fue una tendencia regional, andina. Y decidimos poner el nombre nueva historia precisamente como un desafío.
¿Ahí está la influencia británica, fruto de sus estudios en Oxford?
En realidad, la tendencia de los historiadores de izquierda británicos se llamaba Past and Present. Ellos planteaban una nueva historia, que al final terminó siendo lo que nombraron New Economic History. Llegué a Inglaterra gracias a una beca para una maestría en Essex y luego conseguí que me recibieran en Oxford por el interés que tenían los miembros del centro latinoamericano en la revolución liberal ecuatoriana y fundamentalmente en Eloy Alfaro. Ese fue mi pasaporte de entrada. No me hubieran recibido nunca de otro modo. Lo interesante es que conocí a este grupo de historiadores progresistas ingleses. Eran marxistas heterodoxos. Eran muy críticos y lograron interesar al mundo con una nueva versión del marxismo. Eso tuvo impacto en América Latina, donde ya comenzaba una intensa relación entre los países en un esfuerzo comparativo. Era algo que ya se había dado con la Cepal entre economistas, pero luego vino la generación de historiadores.
¿Es la Universidad de Oxford tan admirable como dicen?
Oxford me enseñó, tanto en la vida cotidiana como en el ejercicio académico, la capacidad de disentir profundamente y no romper relaciones personales. Cada vez que discuten los marxistas franceses terminan de enemigos. Los ingleses discuten airadamente y luego se toman una cerveza, se ríen un poco de ellos mismos y siguen trabajando. Ese espíritu más tolerante fue un buen referente para mí. Lo que obtuve de Inglaterra aparte de una buena formación y una buena orientación es una buena práctica.
Volviendo a la memoria, se dice que los ecuatorianos carecemos de ella. ¿Lo cree así?
Creo que somos un pueblo con una identidad débil y por lo tanto con una memoria frágil. Pero esto no quiere decir que no sea un pueblo con memoria y con identidad, o una país desde hace años. Ecuador es una nación, aunque con limitaciones y con grandes contradicciones.
¿Y lo plurinacional?
Las diversidades son parte de la identidad. Pero lo que es importante destacar es que hay una memoria y que a ratos está mal cultivada, pero existe y tenemos que ver formas de divulgarla. Nosotros propusimos que se colocara un componente cultural en el metro. Dijimos que podemos diseñar 15 estaciones con elementos de la historia y la identidad actual de Quito. No se trata de enseñar historia solamente a los que serán máster, sino que la gente aprenda viendo cotidianamente.
Usted es un académico, pero también ha hecho de divulgador. ¿Por qué el desprecio de los académicos a los divulgadores?
Eso es algo que nunca entendí. He luchado mucho contra eso. Mis libros pequeños de divulgación son ampliamente leídos. El libro ‘Mentiras, medias verdades y polémicas de la historia’ tuvo una reedición a los tres meses y espero que se agote pronto. La gente, aunque sea para leer las mentiras, se acerca a la historia. La divulgación es un tema importante, pero mis colegas no la valoran y el resultado es que no tienen influencia intelectual. Hay que seguir haciéndola con fuerza. Es la única forma en que se sienta un proyecto nacional y un tema de identidad desde el pueblo. Si no hacemos una buena historia del deporte, de los toros de pueblo, si no somos capaces de explicar al Ecuador desde la fritada o el cebiche, estamos francamente fuera del país.
Trayectoria
Con una maestría en Historia por la Universidad de Essex y un doctorado en la de Oxford, impulsó la publicación de la Nueva Historia del Ecuador. Fundó la Universidad Andina Simón Bolívar de Quito. Fue varias veces diputado por el Partido Socialista Ecuatoriano.