Economía Naranja o cómo sacarle el jugo a la cultura

La economía naranja o economía creativa es uno de los nuevos modelos económicos que han aparecido durante las últimas décadas. Según un informe de la Unesco, la cultura genera el 3% del PIB mundial.

La economía naranja o economía creativa es uno de los nuevos modelos económicos que han aparecido durante las últimas décadas. Según un informe de la Unesco, la cultura genera el 3% del PIB mundial.

La economía naranja o economía creativa es uno de los nuevos modelos económicos que han aparecido durante las últimas décadas. Según un informe de la Unesco, la cultura genera el 3% del PIB mundial.

La cultura y los bienes o servicios relacionados de forma directa con la creatividad representan un 3% del Producto Interno Bruto (PIB) y dan empleo a 30 millones de personas en todo el mundo. Las industrias culturales y creativas han generado USD 2 250 billones.

Estos datos, que son parte del informe ‘Cultural Times: The first global map of cultural and creative industries’ de la Unesco, publicado en el 2015, son solo una muestra del impulso que ha tenido la economía naranja en los últimos dos lustros. Dentro de ella, Latinoamérica y el Caribe han generado USD 124 billones y han procurado empleo para dos millones de personas.

La economía naranja o economía creativa es parte de una nueva tendencia en la que los especialistas desarrollan nuevos modelos económicos y los vinculan con un color determinado. A más del naranja los hay verdes, azules, púrpuras, amarillos, rojos, blancos, grises y negros. Cada uno tiene sus mentores y promotores y sus mecanismos de articulación dentro de la sociedad, a escala global.

Cuando los analistas y especialistas lo veían todo en blanco y negro la economía era analizada solo desde un enfoque sectorial. Ahora, en la paleta de colores económicos en la que vivimos, los análisis se caracterizan por agrupar todas las actividades del sector primario, secundario y terciario, a través de productos que van más allá de cada sector.

En ‘La economía ahora es de colores’, la economista y escritora Marisela Cuevas sostiene que vivimos en una economía global, que “incentiva actividades y procesos no tradicionales que permiten formular políticas públicas dirigidas a nuevas formas de producción y generación de riqueza para los distintos países”.

No hay un consenso en la definición de cada una de estas economías, pero en relación con la economía naranja lo que sí está claro es que es una herramienta para el desarrollo cultural, social y económico, que se diferencia de otras economías por estar orientada a la creación, producción y distribución de bienes y servicios, cuyo contenido de carácter cultural y creativo se puede proteger por los derechos de propiedad intelectual.

En la región, la generación de políticas públicas para impulsar la economía naranja tiene dos referentes: Felipe Buitrago e Iván Duque, el actual presidente de Colombia. Ellos son los autores de ‘La economía naranja. Una oportunidad infinita’, un libro en el que explican de forma didáctica el impacto económico que puede tener la apuesta por el sector cultural y creativo.

Uno de los ejemplos más lúdicos para mostrar este impacto es el que hacen en relación con el tiempo y costo de la construcción de la hidroeléctrica de las Tres Gargantas en China, la mayor y más costosa planta de energía del mundo, y los diez musicales más exitosos en Nueva York y Londres, que se presentaron en el mismo periodo.

Duque y Buitrago explican que las ventas totales de boletería y mercadería en Nueva York y Londres de obras como ‘Cats’, ‘Los Miserables’, y ‘El Rey León’ generaron USD 27 mil millones en 30 años, mientras que el costo total de la construcción de la represa alcanzó los USD 25 mil millones en el mismo tiempo.

En un informe conjunto comisionado por el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Organización de los Estados Americanos (OEA), y el Consejo Británico (British Council), se explica que la contribución de las industrias creativas al PIB países como Chile es del 2% y en Brasil y Estados Unidos más del 10%.

En Ecuador se aspira a que para el 2021 la cultura aporte con el 3% al PIB. Para lograr este propósito, que de entrada parece una utopía, el Gobierno presentó, el mes pasado, el Plan Ecuador Creativo.

En esta versión ecuatoriana de la economía naranja lo urgente, en principio, estuvo en la implementación de una serie de incentivos económicos. Entre ellos que 10 servicios artísticos y culturales graven con tarifa 0% de impuesto al valor agregado (IVA); la creación de una línea de crédito productivo; exenciones arancelarias a bienes para uso artístico y cultural, y la redistribución de recursos públicos para contratación de artistas nacionales.

Para Buitrago, viceministro de Economía Naranja de Colombia, el desarrollo de la industria creativa en su país responde a varios factores, entre ellos la iniciativa del presidente Iván Duque de poner a la cultura en el centro del desarrollo económico y social. Como senador impulsó la Ley Naranja, que permitió crear un Consejo Nacional de Economía Naranja, que actualmente tiene 12 miembros, de ellos siete son ministerios.

El trabajo que se ha realizado en Colombia alrededor de la economía creativa tiene dos décadas de impulso. En este tiempo el sector ha alcanzado el 1,8% del PIB.

Según el informe de la Unesco, en América Latina, los cinco sectores que más ingresos han generado son el de la televisión, la publicidad, el de los periódicos y revistas, el de las artes visuales y los libros. Mientras que los cinco sectores que más personas emplean son los de las artes visuales, la arquitectura, los libros, la publicidad y las artes performáticas.

Frente a este paisaje que se antoja jugoso y prometedor para el desarrollo cultural, el investigador y docente universitario Jaron Rowan ha dicho, luego de estudiar lo que ha sucedido en España y Reino Unido, que una de las consecuencias de impulsar el crecimiento de las industrias culturales y creativas como modelo de desarrollo es que los miembros de este sector se vieron obligados a disfrazarse de empresarios, para poder optar por mecanismos de financiación.

“En el momento en el que las creadoras y los creadores dejaron de ofrecer contenidos y empezaron a ofrecer servicios proliferaron también las microempresas y los trabajadores autónomos de la cultura. A causa de ello, fuimos testigos de la aparición de numerosas falsas empresas. Técnicamente eran empresas, pero ciertamente eran falsas, porque sus integrantes apenas tenían una vocación o intención empresarial. Eran empresas de forma, no de espíritu”.

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