Para Juan Martín Cueva, cineasta, son más interesantes los filmes, cuyo director se pone en duda.
¿Cómo percibe la relación entre cine y política?Siempre ha habido una línea de cineastas, sobre todo de documentalistas, para enfrentar la cuestión política. En lo años setenta y ochenta, en el país y América Latina se usó el cine como herramienta de propaganda de causas, de movimientos, de personas. Desde el lado crítico, ha habido un cine de denuncia, que busca mostrar lo que el poder quiere ocultar. En los dos casos hablamos de películas, como construcciones de discursos de un autor. En los últimos 10 años, en Latinoamérica han habido producciones alrededor de Evo Morales, de la situación de Venezuela o en torno a la figura de Lula da Silva. En Ecuador, no aparecen todavía claramente, hace falta que se asienten un poco las enemistades o los apasionamientos; para que los realizadores tomen distancia y se haga un análisis más acertado.
¿Qué ocurre con ‘Al sur de la frontera’, de Oliver Stone?
No lo he visto, pero hablando desde sus filmes anteriores, no es muy sutil, en general es blanco y negro. Me temo que sea una visión ingenua, que englobe todo en un solo discurso, porque en realidad se trata de procesos disímiles. Haciendo un viaje y conociendo a alguien desde afuera no se puede hacer algo profundo, analítico, cuestionador… Son más interesantes los filmes, en los que el director parte de una hipótesis, se pone en duda y confronta con las realidades de las cosas. Parecería que lo de Stone se queda en el nivel de lo espectacular y no busca un poco más allá.
¿Eso ocurre con el documental y con la ficción?
No es el género, sino el tratamiento de procesos de enfoques y estrategias para abordar un tema.
¿Tiene algo que ver con la objetividad o la subjetividad del realizador?
No creo en la objetividad. El rato que pones la cámara en un lugar, decides lo que vas a mostrar, cómo encuadras, cómo iluminas… Encuadrar es esconder todo lo que está fuera, siempre hay opciones para mostrar la historia, los personajes, las locaciones. Uno define cómo mostrar la realidad; la decisión o la posición queda en el campo de las convicciones.
En ese campo, ¿el hecho de que un director tome partido va en contra de su ética?
Para nada. El problema con la ética está cuando pretendes ser objetivo, sabiendo que no lo puedes ser; cuando dices que lo que cuentas es la verdad absoluta de los hechos reales. Pero no es cierto, lo que se muestra es una interpretación, aunque haya cifras y datos, porque el vecino puede decir otra cosa. Me parece ético cunando un director asume sus dudas, sus limitaciones, sus prejuicios, sus verdades personales; cuando se pone en riesgo.
Lo ocurrido con el cine de propaganda en la Alemania nazi o en la Rusia de Stalin ¿se repite ahora con los gobiernos de turno?
No tan directamente como lo hacía Leni Riefensthal o los cineastas soviéticos, pero sí hay intenciones. Por suerte se ha diversificado tanto las posibilidades y se han abierto los circuitos de distribución y exhibición alternativa que ya no es tan fácil imponer una sola verdad.
Y la política como tema en las ficciones, cómo se ha tratado?
Una parte de la respuesta está en el espectador. No todo lo que uno ve está voluntariamente puesto por el director. Un ejemplo del teatro: en lo ochenta se estrenó ‘Las brujas de Salem’ y el público quiteño, en ese momento, bajo el régimen de Febres Cordero y toda la represión, hizo una lectura súper política, coyuntural. La pusieron nuevamente en escena hace algunos meses y la lectura fue distinta. Lo mismo pasa con el cine. ‘Avatar’ se estrenó en el país en pleno momento de la crisis con el proyecto ITT y en un contexto mundial de problemas ambientales. Hubo una intención política y Evo dijo que era una obra maestra; cuando en realidad es muy buena en efectos visuales y especiales, pero narrativamente es ‘naif’ y maniquea. Es un discurso cuestionable, donde llega el soldado gringo a salvar un pueblo que no puede hacerlo solo, pero se lo utiliza dentro de una posición, una propuesta y una lectura política coyuntural.
En ese tipo de cine ¿EE.UU. sigue siendo el poder máximo y salvador del mundo?
En Hollywood, por supuesto y tiene una omnipresencia en cuanto a consumo. Pero no hay que ser ingenuos, allí se quiere exponer una especie de posicionamiento sistemático de una visión del mundo. Otra forma de organizar ese discurso es personalizar la historia, de construir héroes, no se recogen procesos sociales. Se busca lo espectacular y eso pasa por un personaje fuerte, un individuo casi sin defectos, un mesías para salvar el mundo, que puede ser un marine, el Che o un periodista gringo que toma fotos y nos revela un escándalo. Este tipo de películas necesita de eso para cerrar el círculo, al conseguir un éxito comercial.