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Tomás Ochoa llevó a España su arte más experimental

En Madrid. La obra de Ochoa está expuesta en la galería Esquina Arte Contemporáneo, donde además de exhibirse se venderá.

En Madrid. La obra de Ochoa está expuesta en la galería Esquina Arte Contemporáneo, donde además de exhibirse se venderá.

A Tomás Ochoa (Cuenca, 1969) no le gusta hablar de él ni de sus pares ecuatorianos en la escena internacional. “Es triste, pero no hay artistas ecuatorianos que estén en las grandes ligas. Guayasamín estuvo, pero es una historia de hace 40 años. No podemos seguir sin referentes”.

Prefiere que los focos estén sobre su obra actual: Cineraria (urna que contiene las cenizas de los cadáveres). Una serie de fotografías tomadas a principios del siglo XX en las minas de Portovelo, que el artista traslada al lienzo y retoca con pólvora quemada. Ochoa quiere focalizar lo silenciado -tal y como lo señala Fernando Castro Flórez, profesor de Estética de la Universidad Autónoma de Madrid y crítico de arte-; propone una hibridación por medio de un sofisticado proceso serigráfico que convierte las moléculas de plata de la fotografía en pólvora quemada.

La muestra pasó por Quito y Cuenca en el 2010 y ahora está en Madrid, en la galería Esquina Arte Contemporáneo, que aunque es joven está asentada en una zona privilegiada para la promoción del arte y es vecina de otras galerías importantes y espacios referenciales para la cultura como son el Caixa Fórum y los museos del Prado y Reina Sofía. Adrián Piera Sol, director de Esquina, invitó a Tomás Ochoa a ser parte de su equipo de artistas, en el que aparecen nombres consagrados como Christophe Prat (Francia) y Olimpia Velasco (España). “Una amiga me habló de un artista ecuatoriano, vi fotos de su obra, luego fui a su estudio y confirmé que era un artista que me interesaba”, señala Piera.

La entrevista transcurre en el despacho del director de la galería, un día antes de la inauguración de la exposición. Los lienzos de Cineraria que estarán en exhibición y venta hasta el 26 de marzo, con valores entre que van de los 1 500 a los 12 000 euros, todavía están sin colgar en los bastidores. En ese momento, Tomás Ochoa solo quiere hablar de su obra actual: “Ya había hecho dibujos lineales con pólvora. Ahora trabajo en otra dimensión, cubro toda la tela de pólvora, un kilo de pólvora por cada cuadro, y le prendo fuego”.

Ocupó el patio trasero de su casa en Cuenca para hacer esta explosiva producción. La pólvora es usada por varios artistas. El chino Cai Guo-Qiang, que dirigió el espectáculo pirotécnico en las Olimpiadas de Pekín (2008), es considerado actualmente ‘el artista de la pólvora’. Lo que ha hecho Ochoa es aplicar la técnica a la fotografía. “Se usa la pólvora, pero no como yo la he usado. Yo parto de una pantalla serigráfica, hecha con medios digitales, sobre ella pongo puntos de grasa que se fijan al quemarse la pólvora y dejan ese rastro negro sobre la tela. Es una cuestión complicada de explicar”, dice.

El artista cuencano que lleva 20 años exponiendo fuera de Ecuador es uno de los pocos ecuatorianos con proyección internacional. “Se ha visibilizado mi trabajo, independientemente de ser ecuatoriano”. Su punto de inflexión fue la invitación a la Bienal de Venecia (2003) y a partir de eso su obra ha recorrido galerías europeas.

¿Por qué Portovelo y la huella de la explotación de la South American Development Company en tu trabajo artístico? “Me interesa abordar la historia recordando que el presente está constituido por la interacción de éste con el pasado”. Las fotografías de los mineros que aparecen en Cineraria fueron hechas por el gerente de la compañía estadounidense y estaban olvidadas en algún lugar de Wisconsin, hasta que al nieto del gerente se le ocurrió recorrer los pasos del abuelo y llevó las imágenes a Portovelo, en 2002.

“El poeta portovelense Roy Siguenza me acercó a ese material. En ningún archivo histórico de Ecuador hay fotografías de esa época sobre el enclave minero”.

A Ochoa le interesa esa relectura de la historia no para volver a los relatos establecidos, sino para tomar en cuenta “las historias que no han pasado a la historia oficial”, señala el crítico Fernando Castro Flórez. “Da cuenta de lo que no se ha contado en Ecuador. No es una historia de gloria sino de ruina o, mejor, se trata de un conjunto de historias de seres anónimos. Si para el capataz, el gerente o los propietarios, los trabajadores eran el decorado de su éxito, Ochoa los convierte en protagonistas”.

El artista, sin embargo, no quiere incidir en la sociedad de ninguna manera; sobre el contenido de su trabajo él señala que “la posibilidad que tenemos los artistas de incidencia en la sociedad es mínima. Me quedo con el modesto anhelo de hacer deseable la utopía”.

Tampoco quiere reivindicar la historia. “Yo me planteo la historia para visualizar ciertas cosas, muy concretas, que tienen sentido porque ahora están presentes”. En esta línea, ahora está preparando una instalación sobre la sofisticada escritura andina pre colonial: “Esas cuerdas anudadas llamadas quipus que fueron destruidas por la Iglesia Católica por ser consideradas instrumentos del demonio”, cuenta. Y lo hace en Madrid. ¿Su razón para mantenerse a 12 000 kilómetros de distancia de su país? “Ecuador es un país con poca visibilidad en el circuito internacional del arte. Los curadores buscan lo que se hace en países conflictivos como Cuba, Colombia, Brasil, México' En Ecuador no pasa nada. La Bienal de Cuenca es casi para consumo interno, no se ha proyectado suficientemente al mundo”.

Dicho esto, se ocupa de montar sus cuadros en los bastidores de la galería madrileña.