Snoopy lo logró

Snoopy lo logró

La publicación de una biografía sobre Charles Schulz (1922-2000), creador de la tira cómica Peanuts, conocida en esta región como Charlie Brown, plantea, como suele suceder en estos casos, la pregunta de hasta dónde la vida y la personalidad del Sr. Schulz realmente importan, más allá de haber sido el padre de Charlie Brown, del perro Snoopy y de la tira cómica que circuló por el mundo por 50 años.
El título del libro es ‘Schulz and Peanuts: A Biography’, su autor es David Michaelis, y el propio título refuerza la pregunta que se hacen los seguidores de la tira: lo poco que saben a priori sobre el Sr. Schulz como personaje no resulta muy prometedor. Aunque también saben que su creador está en cada palabra y cada línea de Charlie Brown. Pero, como los grandes artistas de todos los tiempos, como el clásico que llegó a ser, Charles Schulz es una máscara transparente. Está a la vista, pero nunca se lo ve. Schulz es omnipresente y a la vez ausente, el creador divino de un mundo completo que llega a la perfección con la madurez artística de su autor.
Artista del cómic
El punto de partida de Michaelis es Charles Schulz. Se trata de la tarea de describir la trayectoria personal de Schulz a partir de los archivos, los testimonios de colegas, parientes, amigos y conocidos, entrevistando a las personas que compartieron con él trozos pequeños o grandes de su vida. Michaelis se adentra en un terreno virgen y puede cumplir. Reconstruye la vida de su protagonista, usando un tono sereno, directo y claro.
Es la historia del hijo de un peluquero alemán del Midwest, cuya vocación es la de ser un artista de cómics. Los elementos se presentan como en las gruesas novelas estadounidenses de los últimos años: la ‘small-town America’, las décadas ingenuas de 1940 y 1950, la ética de trabajo, la ambición que se debe disimular, el mundo de la ética protestante del siglo XX, y la relación con el dinero, siempre con una mezcla de pudor y voracidad casi sexual.
Es la historia de un “hombre sin cualidades”, un melancólico que a veces parecía el hermano no-judío y sin mucha chispa del Zelig, de Woody Allen. Un desafortunado en el amor que conquistó el mundo. Pero el gran reto de Michaelis fue el de conectar de manera fehaciente, documentada, aceptable, la vida de Schulz y su gran creación: Charlie Brown.
Michaelis navega con buen criterio en el mar de datos, tomando en serio tanto a Schulz y a su mundo dibujado como al lector de este libro. Claro que Charlie Brown está basado en Charles Schulz, y claro que una pelirrojita le rompió el corazón.
Todos los elementos que caracterizan la base del relato de Charlie Brown pueden ser identificados en la vida de su autor, y Michaelis cumple con el deber de hacerlo. Es más, deleita al lector con los pormenores, con la textura de las líneas que conectan entre el material utilizado y los resultados logrados. Los chismes, el condimento de una biografía, el “detrás del telón” que Michaelis regala es abundante y generoso. Basta tomar como ejemplo la ambición desaforada que Schulz casi no lograba ocultar: el béisbol.
En la tira cómica, Charlie Brown pasa sucesivas temporadas en el campo de béisbol. Es mánager, es pitcher, está por encima, un poco más arriba que los demás, es el supuesto experto y también sabe que nunca ganará el partido. En su fuero más íntimo, así fue la vida de Charles Schulz. Lo mismo le pasa a Charlie Brown cuando decide postularse como candidato en las elecciones del consejo de alumnos de su escuela. En lo más íntimo de su ser está su fe absoluta, patética, en ser la Gran Calabaza que se supone que surge cada Halloween de entre las calabazas. Fe que él oculta por recomendación de Linus, quien maneja su candidatura, y que lo hace fracasar a último momento.
Uno no puede ser Charlie Brown y ser auténticamente exitoso. Por eso ningún éxito de Schulz curó sus heridas, nada lo redimió de su melancolía.
El gran Snoopy
Otro gran mérito del libro de Michaelis es la presentación de Charlie Brown como un retrato social y cultural completísimo del ‘Midwest’ estadounidense mientras duró la tira cómica. Una crónica detallada, profunda, consciente y seria de Estados Unidos en la segunda mitad del siglo XX. Un lector rioplatense no puede evitar pensar en otra tira cómica, ‘Mafalda’, de Quino, un documento social y político muy serio de sectores importantes de la sociedad argentina.
La diferencia está en que Schulz llegó más lejos. Charlie Brown, que al principio exhibía una estética muy pormenorizada de la realidad física cotidiana de los personajes, se fue haciendo más abstracto, más filosófico y existencial. La capacidad intelectual de Linus, las inquietudes adultas de Charlie Brown expuestas no como reflejo del mundo de los adultos ni como oposición al mismo, llevaron a Peanuts mucho más allá de su punto de partida “mafaldesco”.
Y luego está Snoopy. La imaginación, la fantasía, el amor a la vida, el egoísmo, la creatividad que llega hasta la autorrecreación de un imaginario autónomo, el personaje que se escribe a sí mismo, el pequeño burgués que puede transformarse en anarquista, en escritor, en estrella de cualquier deporte (béisbol, fútbol, golf, billar, patinaje, hockey, entre otros) y en piloto de la Guerra Mundial al mando de su avión caza Sopwith Camel biplano luchando contra el Barón Rojo.
Es también el ‘bon vivant’, el estudiante de ‘college’, el Don Juan, cobarde, mezquino, noble, generoso, tacaño, mimado, sentimental, amigo del pájaro Woodstock que siempre se estrella, que vuela al revés y que necesita a Snoopy para que nosotros, los lectores, comprendamos todo aquello que está diciendo.
Con Snoopy, Schulz transformó a Charlie Brown en una obra que perdurará no solo como documento social o como muestra de la perfección del uso del pincel y de la palabra. Snoopy es lo que convierte a Charlie Brown en gran literatura. David Michaelis logra demostrarlo, retratando la evolución del personaje como válvula de escape y zona de libertad de Schulz.
El melancólico creador que llegó a ser todo lo que había soñado y más, pero que nunca dejó de ser el hijo del peluquero que quedó eternamente enamorado de la pelirrojita que lo rechazó y que era conocido como ‘Sparky’ (‘Chispita’). Al darle vida a Snoopy, soltó las riendas creativas y legó la verdadera chispa, la que nunca pudo disfrutar como suya en la vida real.