Al entrar a Lisboa, son los ojos los primeros que se pierden. Ciudad empapada de colores que se mezclan en laberintos de calzadas de piedra. Como Quito, esta ciudad se caracteriza por sus paisajes. Dividida por un brazo de mar (el Tejo) y protegida por siete colinas, Lisboa obliga al caminante al ritmo del sube y baja.
Cada casa tiene su propia identidad pues los azulejos han adornado la ciudad desde hace más de cinco siglos cuando el rey Manuel I de Portugal al viajar a España quedó fascinado por la estética árabe que adornaba los castillos y quiso reproducirlo para él. Desde entonces, el arte de los azulejos se fue desarrollando en el país hasta adquirir una tradición propia. El sueco Nobel de Literatura, Tomas Tranströmer, describe su experiencia visual en Lisboa: “Vi la fachada, la fachada, la fachada/ y ahí en la cima un hombre en la ventana/ tenía un ojo y miraba al mar. / Ropa blanca en el azul. Los muros calientes. / Las moscas leían cartas microscópicas. / Seis años más tarde pregunté a una señora de Lisboa: / ¿Será verdad o es solo un sueño mío?” (1966).
Esta vistosa ciudad ha inspirado a poetas, novelistas, cineastas, pintores, fotógrafos… Un ejemplo de ello es Fernando Pessoa, escritor que se ha convertido en el ícono de Lisboa. “El tren desacelera, es la Cais do Sodré. Llegué a Lisboa pero no a una conclusión”, dice el poeta. Y es que la ciudad es un punto de encuentro entre tradición y modernidad. El metro silencioso llega acompañado del ruido de cascos de caballos sobre la calzada.
Esta sinfonía inspiró al alemán Win Wenders en su película ‘Historia en Lisboa’ (1994), cuya protagonista es la misma cuidad: un director de cine, Friedrich Monroe, tiene problemas para acabar su filme y llama a su amigo Phillip Winter, ingeniero de sonido para que lo ayude. Al llegar, Friedrich ha desaparecido pero Phillip decide quedarse encantado por los sonidos de la ciudad y por la cantante Teresa del grupo Madredeus.
La música tiene un espacio privilegiado y en particular el fado, patrimonio de la Humanidad. Pessoa decía: “El fado no es alegre ni triste. Formó el alma portuguesa cuando no existía y deseaba todo sin tener fuerza para desearlo. El fado es la fatiga del alma fuerte, el mirar de desprecio de Portugal al Dios en que creyó y que también le abandonó.”
Lisboa es así una histórica fuente de inspiración y en la actualidad, destaca por su arte callejero; es un referente del arte urbano en Europa. Jóvenes artistas del mundo entero, asociados con el ayuntamiento de la ciudad, han creado un museo al aire libre gratuito llamado Go Urbana. En una entrevista a diario El País, Jorge Ramos, director de la Galería de Arte Urbano (GAU), dice al respecto: “Queremos incentivar la creatividad de los habitantes y conseguir que la ciudad sea más suya, que quieran cuidarla (…) Propusimos a la gente que nos enviasen sus diseños para decorar los contenedores de reciclaje”. Se trata de una propuesta de ciudad que desarrolle en su gente el respeto por lo público a través del arte.
En clave lisboeta
El fado se escucha en la intimidad de algún restaurante de los antiguos barrios de Lisboa (como Alfama, Mouraria y Bairro Alto) bajo una luz tenue y después de un vino verde.
Todavía se utilizan carros eléctricos de principios del siglo XX que han sido remodelados, para dar paseos turísticos.
Calles anchas que se transforman en callejones después del paso de una escalera. Y después no faltará algún mirador.