Aquellas páginas de bordes roídos y manchones ocres tienen mucho que decir. La tinta perdurable que las tiñe ha marcado enigmáticas pistas en su transcurrir de 199 años. Tras esa caligrafía -cual olas encrespadas- y sellos atiborrados de simbolismos existe una historia por descubrir.
José Carlos Arias se acercó a estas fojas por primera vez en el 2013, cuando las halló en el Salón del Cabildo de Loja. Desde entonces, ha dejado que el Acta de Independencia, inscrita el 17 de febrero de 1822, le hable. Y confiesa que ocurre algo similar a cuando se lee la Biblia o ‘Don Quijote de la Mancha’ al sumergirse más en sus líneas, aparecen nuevos elementos.
El director del Archivo Histórico Municipal de Loja ha recurrido a este fragmento del pasado para hablar de paleografía, una ciencia auxiliar de la historia que permite interpretar la escritura antigua. Y no es, simplemente, una transcripción.
“No es jugar a las adivinanzas ni inventarse nada. Se necesitan paciencia, prudencia y perseverancia”, ha repetido en los talleres en línea que organiza el Archivo Histórico del Guayas para acercar la paleografía al oficio del historiador-investigador. Es una tarea parecida a armar un complejo rompecabezas, por medio de transcripciones documentales que permitan a los textos narrar por sí solos su contenido.
Más de 16 560 documentos reposan en el Fondo Documental Manuscrito del Archivo Histórico del Guayas (AHG). Los más antiguos datan de los años 1 500 y un 95% tiene signos de paleografía. Son actas del Cabildo, juicios de hasta 400 fojas, escrituras públicas, cartas, listas de soldados de extintos regimientos, protocolos, entre otros.
Como director del AHG, Alfredo García se ha acercado a estos manuscritos en busca de información y reconoce que se requiere de entrenamiento para desmenuzar los elementos de cada página. Hay una fuerte carga de simbolismos -representados por sellos y membretes reales-, e incluso algunas palabras se escribían juntas.
“Y no solo que podían escribir uniendo todo. Los escribanos tenían una letra muy parecida a la de mi abuela, complicada como la caligrafía Palmer, con unos ganchos y ribetes que complican la lectura”.
Para entender cómo podían juntar las palabras, el primer consejo que da Arias en sus charlas de paleografía es leer la versión del siglo XVII de ‘Don Quijote’. Es una forma de familiarizarse con el castellano antiguo y adaptarse a la terminología de la época, que daba un uso un tanto distinto al abecedario. En el acta de Independencia de Loja, por ejemplo, el escribano Mariano Riofrío registra a la ciudad como Loxa.
Los trazos caligráficos, en cambio, responden al ductus o grado de inclinación con que el escribano plasmó su grafía. En el acta lojana la escritura alcanza una inclinación de 45 grados hacia la derecha.
A encumbrados rasgos, Hernando de Arnedo dejó evidencia de casos como el del cacique Don Diego de Sayama. Era julio de 1579, cuando pidió audiencia sobre los tributos de los indios de Yaguachi.
La caprichosa grafía de los escribanos inmortalizó el juicio de María Leonor Espinoza, negra libre, quien apeló a la real justicia cuando intentaron someterla a servidumbre. Las fojas amarillentas, grabadas con sellos de seis reales, narran que nació en Quito, “hija de un fulano Espinoza y Andrea Páez, esclava de doña María Grijalva”, que por cláusula de testamento le dio la libertad.
La transcripción relata que al morir la señora Grijalva, por gratitud continuó sirviendo a su marido, quien le pidió que asistiera por un tiempo a doña Ana Palacios. Ella le ruega que le acompañe en un viaje, junto a Félix Proaño, quien la encadena y le coloca grilletes para llevarla a Guayaquil y venderla. El expediente de este reclamo de libertad fue escrito a puño, el 14 de septiembre de 1779. Su contenido es un tanto más comprensible, aunque hay algunos signos, rúbricas y abreviaturas por descifrar.
Pero el final de otro documento, el juicio criminal interpuesto por Nicolasa Mendiola, es un secreto plasmado con tinta. La transcripción esclarece que esta mulata, esclava de doña Mariana Díaz, fue llevada a la real cárcel, donde declaró que huyó por ser víctima de “la ira, la soberbia y la ambición, maltratada y azotada”. La señora Díaz les ponía una “batea llena de dulces, frutos y otros comestibles” que debían vender por completo o no volver.
El juicio fue ante el Alférez Real don Joaquín Pareja, regidor y alcalde ordinario. Los testigos, vecinos de Guayaquil, declararon como ciertos los malos tratos contra Nicolasa.
El papel, la tinta y la pluma -usualmente de pavo o de ganso- influyen en la interpretación como elementos externos. También inciden el deterioro y las polillas que confabulan para borrar el pasado.
Al Acta de Independencia de Loja se incorporan abreviaturas, borrones y frases tachadas cargadas de significado. Una de las partes más sublimes es la declaración del Te Deum -A ti Dios-, un himno en latín. En una de sus fojas se lee: “donde se celebró misa de acción de gracias y se cantó el Te Deum con la devoción y alegría posibles, pidiéndole al Dios de nuestros destinos un gobierno feliz y eterno, presentándole los más debidos agradecimientos (sic)”. 88 rúbricas dieron fe de la Independencia.
En el primer folio se destacan los sellos reales de Fernando VII (1808-1830), que daban validez a los documentos. También, un membrete real con el escudo de Castilla y León, la corona real y un león rampante. “Fue el escudo que enarbolaron las carabelas -afirma Arias-, aparecía en la Pinta y la Niña”. Y permanece hasta nuestros días, atado a estas potentes líneas de emancipación.