El hecho de que grupos “nacionalistas” como Diabluma son rockeros a morir, al mismo tiempo que una tecnocumbia seudo ecuatoriana hace roncha en YouTube parecería corroborar que la música nacional ha sido desdeñada desde hace décadas. Sin embargo, en los últimos años se hace evidente un auge en la composición e interpretación de la misma a todo nivel, y aunque estas propuestas no sean del agrado de todos, son un síntoma positivo de la salud de nuestra identidad musical en tiempos de extrema globalización.
El género chichero, que hasta hace poco era percibido por la élite musical como una manifestación pobre, se presenta hoy como lo máximo en espacios que se jactan de estar a la vanguardia, o en el ‘primetime’ de la televisión, donde antes solo se admitían estilizaciones poperas esterilizadas, dignas de pasarela de Miss Universo.
Se evidencia, entonces, que la estética puede dar giros profanos cuando de transgredir se trata –aunque es penoso constatar que muchas de estas propuestas fueron en tono de mofa, por parte de músicos que sin esa acomplejada pose no hubieran trascendido–. Con todo, se aprecia una interesante mezcla entre la música tradicional y nuevas tendencias, ejecutada por bandas nuevas de distinta factura.
Luego de décadas en que casi no hubo más que interpretación, empezamos a escuchar propuestas serias. La hibridación de lo nacional con lo foráneo no solo que es natural, sino necesaria: hacer lo contrario genera miopía sonora en vez de autenticidad. El problema es que existe una confusión en cuanto a rescatar y generar identidad. Para un país con un “consumo” de cultura por los suelos (en realidad no solo de cultura, dada nuestra incipiente economía y desigual competencia con otros mercados), tener manifestaciones musicales propias, de varios grados de complejidad es digno de elogio. Grupos varios como Papaya Dada, Pies en la Tierra, Mancero Trío y cantantes que se han identificado más con el pop, como J. F. Velasco, ahora se expresan dentro de este género, y están consolidando lo que hasta hace poco era impensable.